Barrio perdido

por Paz Olivares

Hay escritores que escriben para contar las historias de otros y escritores que lo hacen para encontrar su historia en lo que escriben.  Modiano es de los últimos. Esto, que es una virtud para los seguidores habituales del autor francés, es el defecto del que le acusan sus detractores. Dicen que se repite. Que sus novelas son siempre la misma novela. Y es cierto.

Su obra está impregnada de un halo fantasmagórico, onírico y surrealista que envuelve a sus novelas en una única y peculiar atmósfera. Ese tono no creo que sea impostado. Modiano es de esos escritores que ejercen su tarea por necesidad. De los que escriben para conformar su identidad. Por eso, una y otra vez, en cada una de sus historias se encuentra la voz del que aún busca. Del que ha buscado desde niño. Del que se ha refugiado en las palabras.

Modiano no tuvo una infancia fácil. Su padre, empresario que cerraba negocios poco claros con gente no muy recomendable, apenas se ocupó de sus hijos. Sus ausencias eran habituales y prolongadas. Su madre, actriz que interpretaba papeles de segunda frente a un público que no buscaba el arte cuando acudía a verla, jamás tuvo como prioridad la crianza de sus hijos. Padre y madre huían del hogar familiar, de las responsabilidades, de la realidad. En esa vida inestable e incierta no había cabida para los niños. Patrick vivió la ausencia de sus progenitores bajo la protección de su hermano Rudy, dos años mayor que él. Pero Rudy murió a los diez años de edad. A partir de entonces, se sucedieron los internados y las paredes ajenas que sólo acrecentaron el desamparo del niño.  Patrick solía escaparse de esos lugares para errar perdido por las calles de París. Vagabundeaba por el barrio de Saint-Germain-des-Près, su barrio y el de Queneau, el de Sartre, el de Picasso, el que retrató Boris Vian en el célebre Manual que publicó recientemente Gallo Nero.

El niño fue testigo de toda la pasión y el glamour de las cuevas, del vicio y la podredumbre, del jazz y las peleas, de lo sórdido y lo sublime. Vivió el Saint Germain mítico, pero sin participar de él. Fue espectador de lo ajeno, de lo extraño, del mundo de los adultos: de los trompetistas heroinómanos, de los artistas frustrados, de los filósofos hambrientos, de las putas viejas, de las palabras y las imágenes extranjeras de la infancia. Sus paseos erráticos fueron una búsqueda. Y lo que encontró fue estupor y hechizo.

Modiano vuelca su experiencia caótica en la escritura. Quizá no halle respuestas, pero es el espacio desde donde puede ordenar sus preguntas. Desde donde calmar la angustia existencial. Para él la novela es un enigma que el novelista persigue desvelar. De ahí que todas sus novelas se parezcan. Porque el gran enigma de Modiano es invariable: la identidad. Un enigma que le ha acechado desde niño y para el que después de nueve novelas publicadas sigue sin tener respuesta. ¿Alguien la tiene?

Barrio perdido no es una excepción. El protagonista es un escritor de novelas policíacas. Se hace llamar Ambrose Guise aunque su auténtico nombre es Jean Dekker, un nombre (y una identidad) que se quedó en París veinte años antes, cuando huyó de la ciudad. Tras dos décadas de ausencia vuelve a un París, que apenas reconoce, desde el que se pregunta: «¿Habrá alguien que aún recuerde mi vida anterior, la de ese joven que vagabundeaba por las calles de París confundiéndose con ellas?» Es Modiano el que habla, el que se busca en el recuerdo de los otros. Siempre es su voz, su presencia.

De hecho, el protagonista, Jean Dekker,  nace en el mismo lugar, mes y año que el autor: el 25 de julio de 1945, en Bolougne-Billancourt. Sólo cinco días de diferencia. Dekker/Modiano acudirá al apartamento de Daniel de Rocroy, el abogado que veinte años antes había sido testigo del incidente que motivaría la huida del escritor. Rocroy, antes de morir, deja unos documentos archivados bajo el lema: «Para Jean Dekker, si llega el caso». De la lectura de esos escritos Jean/Patrick recuperará los recuerdos que su memoria se ha empeñado en ocultar. Curiosamente, Rocroy vive en el 45 de la calle Courcelles, en la casa donde vivió Marcel Proust. Los documentos de Rocroy son la excusa para iniciar la búsqueda del tiempo perdido, del pasado olvidado o desahuciado (segunda acepción del francés perdu).

El París que rememora Modiano es un París agonizante, decadente, vivido por personajes maduros, atormentados por la angustia del vacío tras los paraísos perdidos, hastiados de decepciones, pero aún sedientos de esperanza. El jovencísimo Jean Dekker será testigo accidental del crepúsculo que entonces le será ajeno, pero que veinte años después puede mirar con otros ojos, desde otro tiempo, desde un crepúsculo que ya es el suyo.

Modiano consigue crear la atmósfera apropiada para evocar el recuerdo. Pasado y presente se alternan y confunden como en la vigilia y el sueño. El autor utiliza el estilo seco y abrupto y los diálogos intensos característicos de la novela negra para introducirnos en la trama intrigante de la búsqueda de un cadáver. El cadáver, en este caso, es la juventud de Jean Dekker. Este estilo directo, carente de adornos, delimita nítidamente las escenas buscando la similitud con las imágenes oníricas. El pasado se muestra como un sueño bien definido, aunque vivido, soñado o leído como si fuera frágil, leve. El recuerdo, como el sueño, siempre está a punto de desvanecerse.

Ya se ha dicho que el estilo de Modiano es a la literatura lo que Magritte a la pintura. Yo añadiría que también es lo que David Lynch al cine. La oreja sobre el césped brillante de Blue Velvet resume bien lo que debió de ver el Patrick niño de Saint Germain y lo que luego encontramos en los presentes del protagonista, Ambrose/Jean/Patrick: los hoteles vacíos y extraños de Barrio Perdido, habitados por conserjes y japoneses como salidos de Twin Peaks.  Para los pasados, en cambio, las películas son de otro tiempo, en blanco y negro, donde reinan las mujeres fatales, sensuales y decadentes del cine negro, iluminadas por los fogonazos festivos de los ecos de Fitzgerald y matizadas por las réplicas violentas de los hombres de Dashiell Hammett.

El universo evocado por Modiano es Modiano mismo. No puede ser fragmentado en sus novelas. Perdería su autenticidad e intención. Hasta los detractores del autor lo saben, (que acusan a Vila-Matas de lo mismo, por cierto). Lo que algunos llaman falta de originalidad, imaginación o creatividad yo lo llamo coherencia.

Sí. La obra de Modiano es una única novela. En Barrio perdido se resume en este párrafo:

«Inmóvil, con los ojos bien abiertos, me voy despojando del grueso caparazón de escritor inglés bajo el que llevo veinte años escondido. No moverse. Esperar a que finalice el descenso a través del tiempo, como quien salta en paracaídas. Tomar tierra en el París de antaño. Visitar las ruinas y rebuscar entre ellas los vestigios de uno mismo. Intentar responder a todas las preguntas que quedaron pendientes.»

Todas las preguntas que señalizan la búsqueda que una no se cansa de volver a encontrar.

Paz Olivares
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