El horror existencial de «Evil Dead»

(Spoilers de Evil Dead, Evil Dead II, Army of Darkness y Ash vs Evil Dead)

A primera vista puede sonar extraño hablar de «horror existencial» en una saga como Evil Dead, uno de los últimos ejemplos que se nos podrían venir a la mente en este subgénero del terror. Dicha denominación parecería más apropiada en el contexto de la emergencia del elevated horror de los últimos años, cuyas propuestas estarían centradas en explorar, aparentemente, temáticas más profundas, que en el de una serie de películas caracterizada por la casquería, la sangre, el aroma a serie B y los toques de humor de negro. Evil Dead nunca ha parecido tomarse demasiado en serio a si misma, alterando constantemente la continuidad entre una entrega y la siguiente —aunque fuera por motivos externos—, y añadiendo todo tipo de elementos del fantástico, desde resurrecciones de muertos y posesiones demoníacas hasta viajes en el tiempo. Su terror, por tanto, es más inmediato, más visceral, pero también más desenfadado, como para dar cabida al existencialismo. Es el tipo de película que una persona vería para disfrutar de ese cine de género de bajo presupuesto cuyo visionado se convierte en un goce inesperado. No obstante, hay un miedo atávico común que se ve repetido a lo largo de las distintas películas (nos referimos a la trilogía original de Sam Raimi), aunque no se explicite de esta forma: el de no ser del todo nosotros mismos o, dicho de otra forma, el de no ser los dueños de nuestro propio cuerpo y que este se encuentre a merced de otras voluntades, voluntades que podrían tomar el control total o parcialmente.

La mano poseída de Ash (The Evil Dead II, 1987)
La mano poseída de Ash (The Evil Dead II, 1987)

El primer ejemplo es el de la mano maldita de Ash Williams, el protagonista de la franquicia. En Evil Dead II (1987), la mano de Ash es poseída, como se referenciará en Ash vs Evil Dead (2015), adquiriendo voluntad propia y enfrentándose al resto del cuerpo al que se encuentra unido, recordando a aquella conocida escena de Dr. Strangelove (1966) de Stanley Kubrick. Existe incluso un extraño trastorno neurológico conocido como “el síndrome de la mano ajena” en la que esta parece actuar por voluntad propia. En el caso de la película, asistimos a una escena en la que Ash deberá enfrentarse no a un enemigo externo, sino a esta parte de su cuerpo que le golpea y ataca en uno de los momentos más recordados de la segunda entrega. Será en esta escena cuando nuestro protagonista tenga que terminar por cortarse la mano con la célebre motosierra que le acompañará desde entonces. La explicación de por qué su mano está poseída la encontramos un poco antes en la cinta. Resulta que la novia de Ash, Linda, que en la primera película fue decapitada tras ser poseída, resucita en esta segunda entrega, aunque con la cabeza separada del cuerpo. La cabeza de Linda es otra parte que, como la mano, funciona de forma autónoma, pues, aun decapitada, no muere ni se detiene ante nada. Es esta cabeza, que volveríamos a ver en Ash vs Evil Dead, la que muerde la mano del protagonista que luego será poseída. Por si fuera poco, Ash se enfrentará no solo a la cabeza sin cuerpo si no también al cuerpo sin cabeza de Linda, actuando ambos de forma completamente ajena.

La cabeza de Linda (Ash vs Evil Dead, 2015)
La mano de Ash (The Evil Dead II, 1987)

Aun así, estos ejemplos son solo partes particulares del cuerpo, concretamente, una mano y una cabeza, que se rebelan contra uno mismo y se comportan de forma autónoma. Pero, ¿qué ocurre si es el cuerpo entero, como un todo, el que se rebela, el que queda a merced de otra voluntad? Eso es, precisamente, lo que conocemos como posesión (no por nada Evil Dead se tituló en España Posesión Infernal). Es el miedo a que un amigo o familiar deje de ser la persona que siempre hemos conocido, o a que “yo” deje de ser “yo” mismo, lo que late en el fondo de las películas de posesiones. En Evil Dead, por mucho que haya maldiciones, demonios y criaturas de otras dimensiones, es el cuerpo, propio o familiar, conocido o desconocido, el enemigo último a abatir. El miedo a perder el control, incluso nuestra identidad, y enfrentarnos a lo peor que hay en nuestro interior. En Evil Dead II, donde se asientan los elementos básicos de la franquicia, ya se jugaba con la idea de un Ash malvado tras su posesión al final de la primera entrega (Evil Dead, 1981), como se pone de manifiesto en la escena del espejo. La idea será explotada finalmente en la tercera parte de la trilogía, Army of Darkness (1992), donde, de nuevo, se retoma el concepto del espejo.

El Ash malvado en el espejo (The Evil Dead II, 1987)

La cinta culmina con un enfrentamiento entre ambos en la que Ash terminará por cortarle a su alter ego la mano derecha, la misma que él perdió en la entrega anterior, para recuperar el Necronomicón Ex Mortis. El mito del doppelganger también encierra el temor a un “yo que no es yo mismo”, a un otro igual pero distinto de mí. Y en el fondo de todo, posesiones incluidas, lo que subyace es la pregunta por nuestra identidad y nuestra capacidad de agencia. La extrañeza de no reconocer(se) en lo más familiar e íntimo. Son numerosos los ejemplos de partes del cuerpo que tienen poder propio en Evil Dead. El mismo Necronomicón fue fabricado con partes humanas, forrado con piel y escrito con sangre. Incluso un elemento inmaterial como la voz, producida por el aire que pasa a través de nuestras cuerdas vocales, tiene el poder para resucitar a los muertos, por mucho que se trate de una reproducción y que el cuerpo que las pronunció ya no exista. Así pues, como decía al principio, el terror de Evil Dead es uno especialmente corpóreo, muy pegado a la carne y sus componentes más inmediatos. Pero es precisamente el miedo a nuestro cuerpo y sus partes, que tanto entronizará el body horror, o a perder nuestro dominio sobre él, el que termina provocando un miedo de carácter existencial en Evil Dead. Es posible enfrentarse a males externos cuando tenemos completamente el control de nosotros mismos. Pero, si ni siquiera podemos confiar en nuestro cuerpo, ¿qué nos queda?


Borja Serrano
Borja Serrano
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