Siempre es engañosa y seductora esa tentación de rastrear equivalencias entre un autor y su obra. Usar su vida como una plantilla para rastrear los polos de un texto y entender qué le lleva a tomar determinadas decisiones, a escoger sus temas o a construir su poética personal. La tentación es fuerte, precisamente, porque es muy fértil. Otra cosa es la calidad de los frutos. 

Sin embargo, en el caso de Kristof, y, en particular en este Da Igual, es difícil hablar de la obra sin tener en cuenta algunos aspectos de su biografía. En concreto, su relación con el lenguaje. 

Agota Kristof nació en 1935 en Csikvvánd, Hungría. En el 56, cuando los tanques rusos entraron en Hungría, Kristof huyó con su familia para escapar de la invasión soviética. El marido de Kristof había participado en la resistencia contra los rusos y la huida familiar buscaba evitar su encarcelamiento. Sin embargo, en Suiza, Kristof se encontró con su propia carcel. Para sostener a la familia empezó a trabajar en una fábrica, muy apropiadamente- de relojes. Kristof, que no hablaba francés, pasó años recluida en esa fábrica en la que reinaba el silencio, sin más ocasiones para ir aprendiendo el idioma que junto a su propia hija. 

Strýko Ján (Tío Jan). László Mednyánszky (1890 – 1891) Galería Nacional de Slovaquia. Enlace a la obra en el portal de museos eslovaquia ttps://www.webumenia.sk/en/dielo/SVK:SNG.O_2448 

Antes de llegar a Suiza Kristof ya era una mujer letrada. Una intelectual, de hecho. Su padre había sido profesor y en su familia había cierta tradición de letras (el hermano de Agota también es escritor). En Hungría Agota se había interesado por la literatura y había escrito sus primeros trabajos. En Suiza Kristof escribe algunos relatos en Húngaro pero, de alguna forma, percibe que la nueva mujer que ha surgido de la emigración debe acceder al nuevo idioma para que la escritora pueda existir. Empieza a escribir pequeñas piezas teatrales y algunas páginas de prosa. Estos veinticinco cuentos, escritos originalmente en francés (C’est egal) son el testimonio de cómo una escritora aprende a escribir. 

Y no es cualquier escritora. 

Quienes hayan leído El gran cuaderno ya se habrán enfrentado a lo que Kristoff propone. Una formula radicalmente original y una concepción personalísima da la literatura. Al margen de los gustos, con los que es difícil negociar, Kristof es una de las autoras radicalmente originales del S XX. Pocos son capaces de generar a su alrededor un mundo tan personal e inmediatamente reconocible. 

Kristof dejó dos testimonios directos de su relfabetización. Por un lado, en La analfabeta reflexiona de forma consciente y explícita sobre ese proceso de readquisición de la escritura. Por otro lado, en este conjunto de cuentos, esa nueva lucha con el lenguaje se va abriendo paso –o se va disolviendo- en veinticinco cuentos breves, en los que Kristof va tanteando los límites de ese idioma nuevo idioma en el que se reencuentra con su condición de escritora.  

Al final el resultado es, como conjunto, un trazado irregular. La disparidad de tonos, de voces y de temáticas es casi absoluta. Algunos de los cuentos son casi costumbristas, como el titulado “Mi padre” que cierra la colección. Otros son casi oníricos o son historias de fantasmas. Algunos son casi humorísticos -aunque es un humor muy especial-, como el primero de todos “El hacha” en el que una mujer le explica a un doctor cómo su marido se ha suicidado de un hachazo en la cabeza. Un relato extraño, que no busca la tensión narrativa ni tiene interés en el desarrollo del personaje, sino que más bien es un fogonazo que da acceso a una escena de locura. 

La disparidad entre los cuentos es tan grande que incluso la voz narrativa salta entre la primera, segunda y tercera personas. No da la sensación de que el conjunto obedezca a un plan predeterminado. Y, sin embargo, hay una unidad extraña entre los cuentos. Una atmósfera difícil de definir, pero que tiene que ver con esa capacidad de Kristof para crear espacios, seres y tramas insólitamente propios, y expresarlas en un código único e inquietante

La única cosa que puede darte miedo, que puede hacerte daño, es la vida y ya la conoces   

Agota Kristof

Da igual

  • Agota Kristof
  • Traducción de Ruben Martín Giráldez
  • Alpha Decay
  • ISBN: 978-84-122901-4-1
  • 80 pp
  • 2021
Licenciado en Humanidades. El que lleva todo esto a nivel de edición, etc. Le puedes echar las culpas de lo que quieras en miguel@enestadocritico.com. Es público y notorio que admite sobornos.
Miguel Carreira López
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