por Miguel Carreira

En el espejo convexo de Arnolfini:

nuestra época, nuestras perspectivas,

nuestros modelos del Espanto

Roberto Bolaño, Los perros románticos

La primera frase de Conquistador detiene, literalmente, una bala. Una bala que llega hasta el ojo ocular de un pobre diablo y que se detiene justo ahí, en el momento en el que la punta afilada de metal está a punto de rasgar la curva acuosa del ojo. Luego, claro, todo se precipita, aunque no demasiado ni de forma continuada. Todo se toma su tiempo, pero un tiempo quebrado en su narrativa, que recuerda un poco a la parábola imposible de Zenón.

La historia es más o menos así: a una Europa decadente pero, ay, demasiado reconocible, llegan los tentáculos de una red de narcotráfico mexicano. Una red que está absolutamente decidida a tomar el control de la distribución de drogas en Europa. La novela no se detiene a explicar en qué momento los narcotraficantes mexicanos deciden que semejante operación es posible o deseable. Ambas características, la oportunidad y el provecho, se dibujan necesariamente a partir de un cruce de líneas con mucho de geometría y muy poco de azar: control de la producción + control de la distribución +  voluntad – resistencia = ocupación violentísima de la vieja Europa para llegar a controlar el suculento pastel del contrabando. El cártel mexicano se dispone a tomar Europa al asalto porque, habida cuenta de las circunstancias, es casi lo único que pueden hacer.

A la cabeza de la invasión mexicana está Juan Cortina que es la repetición de la historia, de aquella historia que siempre llama dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. Aquella historia que aquí replica la conquista española de América con una reconquista mexicana de Europa, en general, y de España en particular. Juan Cortina emprende su trabajo de conquista objetando y repitiendo los argumentos de los colonizadores españoles. Como ellos, cree en la fuerza de su voluntad y en la superioridad como una forma de orden. Como ellos, Cortina cree en la violencia aunque, en su caso, sólo como medio. También es verdad que cree en los medios como fines, porque sospecha que el sentido del final no existe y que el medio es todo lo que queda hasta que ya no queda nada, una idea que Juan Cortina abraza con bastante desenfado.

La conquista de Europa por la banda mexicana transcurre con bastante placidez durante un tiempo. Es decir, transcurre de cualquier forma, pero sin ninguna placidez, salvo la que se pueda deducir de la regularidad: al galope de una retahíla monocromática de asesinatos, explosiones, atentados, secuestros y torturas entre las que se adivina apenas la continuidad del impulso inicial. Hay tantas muertes en Conquistador que en algunos momentos uno no está seguro de quién está matando a quién y por qué, aunque, a grandes rasgos, los bandos sí están definidos. Por un lado están los mexicanos, que son los conquistadores, por otros los europeos, que son los conquistados y un poco más allá los rusos, que son el segundo elemento invasor de una Europa que, un poco como la antigua roma, se contenta con caer pactando desde los poderes locales los términos de una catástrofe organizada.

La irrupción de los rusos es lo único que altera el rumbo de la conquista. El choque de las dos grandes olas que se lanzan sobre Europa es lo que lleva al conflicto, al conflicto más allá de la violencia, y a la resolución final.

Puede ser casualidad o no (casi seguro que lo es), pero el gran momento de esplendor político y económico de Europa, el momento en el que Europa se identificó a sí misma con la Civilización (así con mayúsculas) y, más o menos, convenció al resto del mundo de que aquella identificación era justa, coincide prácticamente con el gran momento de esplendor de la novela. Por supuesto, el desarrollo de una notable potencia militar ayudó a darle consistencia a los razonamientos europeos, pero el caso es que, antes de eso, por ejemplo, durante la invasión española de América, Europa no se consideraba ni justa ni civilizada sino electa y predilecta lo cual, probablemente, es mucho peor, pero en todo caso es una historia diferente.

No se me ocurriría hacer una correlación entre la evolución literaria y política. Por supuesto, existen ciertos lazos, pero son mucho más sutiles. Sin embargo, desde la superficie de la historia, es cierto que la Europa más brillante es la Europa en la que nació y se reprodujo la novela al modo clásico, aquella que representaba una esquina de la vida a través de un carácter. La novela que sobrevivió conserva las características exteriores: un manojo de páginas escritas en prosa en las que se da cuenta de una acción, pero todo lo demás ha cambiado.

Conquistador por ejemplo, elude el parentesco con la novela tradicional. Haciendo honor a su tema, escoge una forma que se parece más a un poema épico que a una novela de Balzac. La historia se construye con cuadros casi estáticos en los que revienta la violencia, zurcidos con el contrapunto de canciones. La narración queda desplazada por lo narrado, en el sentido de que pesa más lo que se cuenta que la función que tendrá en la fábula.

Al margen de la sutileza de las disquisiciones sobre formas, la literatura siempre es lo mismo y casi siempre trata las mismas historias. Ya se sabe: las historias de héroes que se entregan a una causa, las historias de hombres que emprenden una aventura y una búsqueda fantástica, las historias de aquellos que mueren lejos del hogar y las historias de los que intentan, pero nunca consiguen, volver a un territorio que, demasiado tarde, recuerdan que ha cambiado para siempre. Hay que prestar atención, pero Conquistador también se puede resumir así. Se puede decir, un poco de burlas y un poco de veras, que esta también es la historia de quienes emprenden una aventura y que, en ese mismo momento, en el mismo impulso de emprenderla, empiezan a sentir que cualquier camino es una larga vuelta a casa.

Licenciado en Humanidades. El que lleva todo esto a nivel de edición, etc. Le puedes echar las culpas de lo que quieras en miguel@enestadocritico.com. Es público y notorio que admite sobornos.
Miguel Carreira López
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