Comancheria

por Alexander Zárate

Los comanches fueron los reyes de la llanura, pero ya no lo son. Dominaron la árida región de West Texas, que se extiende entre los estados de Texas y Nuevo Méjico. Luego los blancos se apropiaron del territorio. Les sustrajeron hasta el aliento de una cultura, los diseminaron, como esquirlas de una explosión. Ahora, quienes lo dominan, a unos y otros, son los bancos. Comanche significa ‘enemigo de alguien’. En ‘Comanchería’ (Hell or high water, 2016), la mejor obra de David McKenzie, con guión de Taylor Sheridan (‘Sicario’), los hermanos Howard, Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster), saben quiénes son sus enemigos: los bancos que quieren expropiar su hogar por no poder pagar la hipoteca. Hay quien apunta que es ridículo que ya sean lejanos tiempos en los que podías realizar robos y poder vivir bien. Ahora cualquier ciudadano se siente desamparado ante los legalizados robos que realizan los bancos. Permiten que les sustraigan la vida mientras no dejan de pagar intereses. Tanner apunta que resulta complicado conseguir lo que se quiere, como quien sabe qué sombra le persigue. Pero Toby ha decidido enfrentarse con esa sombra, quizá porque sabe que le queda poco para convertirse en una.

‘Comanchería’ fue el primer título original, que fue sustituido por ‘Hell or high water’, una expresión que, por un lado, implica que ‘Haz lo que tengas que hacer, no importa las circunstancias’, y por otro, es una clausula en los contratos que indica que los pagos se realizarán religiosamente, no importa las dificultades que sufra la parte que paga. Toby no acepta que el banco se quede con sus tierras, no acepta esa implacable clausula (que define nuestro mísero tiempo expropiaciones y desahucios), está acostumbrado a padecer la pobreza desde siempre, pero quiere que sus hijos puedan disfrutar de unas estabilidad económica, de una falta de preocupación por su futuro debido a un precario presente, gracias a los pozos de petroleo que se han encontrado en sus tierras. Por eso, decide tomar lo que le han robado legalmente. Decide realizar varios robos hasta conseguir la cifra correspondiente al pago de hipoteca. Para ello involucra a su hermano, Tanner, quien ha permanecido una decena de años en prisión. Sabe desenvolverse en esas circunstancias. Es puro nervio y resolución. A veces se puede exceder, sobrepasar el umbral de lo expeditivo, pero sabe cómo solventar una situación de peligro cuando se hace necesario hacer uso de las armas con presteza, sin pestañear. Toby en cambio se define por el gesto grave, como si acarreara un pesar de que debe desprenderse, el que ha acumulado por la ruptura de su matrimonio, la precariedad económica y el cuidado, durante sus tres últimos meses de convalecencia, de su madre recientemente fallecida. Cuando una camarera le da conversación en un bar, porque es manifiesto que le gusta, él responde con la mirada baja pero con amabilidad. No busca, pero es atento y considerado. Su mirada está enfocada hacia otra dirección, la vida a la que se plegó y subordinó y que pretenden sustraerle del todo, esa mirada que se dibuja en su rostro como una huella de dolor mientras escucha a su espalda como su hermano hace el amor con la recepcionista de un hotel. Tanner, en cambio, se reveló, incluso disparó a su padre, quien golpeaba con más fuerza e insistencia si se resistían a él, como hacía Tanner. Toby encajó los golpes de la vida sin casi cambiar el gesto, pero hay un extremo que no está dispuesto a sobrepasar. No acepta que los bancos arranquen el último resquicio que le queda de vida, o al menos a sus hijos, con los que no ha sabido ser ese padre que les dote de los necesarios cimientos firmes de vida. Decide dar un radical giro a su vida.

En la extraordinaria primera secuencia, la cámara realiza en un largo plano secuencia un giro de eje: es el primer atraco que realizan. El apagado ritmo ordinario de la desértica vida en esos poblados de New Texas, que adquieren el rango de vida de personaje, se ve sacudida, casi se podría decir que dotada de vida, por unos ladrones poco convencionales que no actúan como el resto, y que parecen más bien surgidos de otra época. Eso lo advierte pronto el ranger Hamilton (Jeff Bridges). También se encuentra en ciernes de un giro radical en su vida, la próxima jubilación ya en tres semanas. En su proceso de investigación forma otro dueto singular de contraste con el mestizo Alberto Parker (Gil Birmingham). Como un fantasma solitario permanece despierto toda una noche, cubierto por una manta, con la expresión de quien sabe que ya no tendrá más misiones que dotarán de propósito al paso de los días, y ocultarán la consciencia del desgarro de implacable discurrir de las manecillas del reloj, cuya soledad sabe que sentirá resonar en unas pocas semanas cuando se pregunta cómo rellenará sus días, un temor que oculta con sus chanzas que traspasan los márgenes de lo políticamente correcto y sus mordaces ironías, porque sabe su fin inminente como el modo de vida de los cowboys que se lamentan de la vida que llevan mientras alejan ganado de un fuego que se extiende por la llanura. Se verá despojado de la tarea que ha colmado su vida, la tarea que representaba su vida, esa tarea que realizaba con certero ojo. Ese ojo que sabrá eliminar e identificar con determinación y convicción. Un hombre que se retira en los márgenes se mirará con el hombre que se negó a que le despojaran de todo para no verse abocado más allá de los márgenes donde yacen todos aquellos a los que han sustraído hasta el aliento de vida. El resto es silencio.

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