Caída y auge de Reginald Perrin

por Paz Olivares 

En la contratapa de la edición de Impedimenta leemos acerca de la novela de David Nobbs: «Un clásico de la comedia inglesa, considerado uno de los libros más divertidos, crueles e irreverentes de la reciente literatura anglosajona». El éxito de ventas en 1975 así lo confirma. Lo cierto es que ese éxito fue favorecido por la coincidencia de la trama con un asunto que alborotó a la sociedad británica de entonces: el político laborista John Thomson Stonehouse fue arrestado en las Navidades de 1974 por fingir su suicidio. Dejó su ropa apilada en la orilla de la playa para hacer creer a todos que había decidido morir ahogado. Lo que en realidad hizo fue darse un baño y a continuación volar hacia a Australia en compañía de su secretaria y amante. Unos meses después, salía de imprenta Caída y auge de Reginald Perrin donde su protagonista simulaba su suicidio de igual forma que el político. El manuscrito se terminó antes de conocerse la noticia, pero el libro salió a la venta en 1975, cuando aún estaba reciente el escándalo. Stonehouse le hizo la campaña publicitaria a la editorial. No hizo falta más. Los lectores corrieron a las librerías a comprar morbo. Lo que encontraron, en realidad, fue algo muy distinto.

La historia de David Nobbs es humorística, sí, pero ya sabemos todos que no hay nada más serio que el humor. La risa ha sido tema de estudio en Kant, Schopenhauer, Freud, Lacan o Bergson, por citar algunos, y el libro perdido de Aristóteles a propósito de ella fue el motivo central de los asesinatos en El nombre de la rosa. Y es que el humor es un arma poderosa. Caída y auge de Reginald Perrin tiene fuerza porque es una crítica mordaz. Un espejo donde el hombre de clase media descubre una imagen patética de sí mismo. En realidad, la historia de Reggie es casi una tragedia. Un hombre que detesta al hombre en que se ha convertido. Un hombre que un día descubre que no soporta su vida. La angustia que le provoca su existencia monótona lo coloca en un estado de desaliento que a lo largo de la novela se intensifica hacia la desesperación. En un momento dado dirá: «Aunque quizás estemos aterrados pensando que somos anormales y en realidad seamos de lo más normal. O tal vez nos aterre ser normales y en realidad seamos anormales…».

Reginald Iolanthe Perrin no sabe quién es. Y lo que encuentra reconocible en el espejo no es suficiente. La normalidad en la que vive es una losa. Una losa en la que pueden verse sus iniciales: R.I.P. Y así, también dirá: «Para mí el problema de la identidad no es no saber quién soy, sino saber demasiado bien quién soy: soy Reginald Iolanthe Perrin, Pato Patoso Perrin, Felpudo Coco Perrin. Soy absurdo, luego existo. Existo, luego soy absurdo».

Se siente fuera de lugar en una vida llena de orden: «Después se fueron a la cama. La habitación de invitados era rosa y blanca: alfombras rosas, paredes blancas; mantas rosas, sábanas blancas; labios rosas, piel blanca». También el cuerpo se encierra en ese orden, también el sexo y el amor. Todo está cosificado. Todo está vacío. No hay sorpresas: «En los libros la excepción que confirma la regla es la regla; en la vida real es la excepción».

El tema es común en la literatura contemporánea. Lo original en este caso es que David Nobbs lo maneja a través de la ironía. Y esto es el mayor acierto de la novela porque nos distancia lo suficiente como para relativizar la tragedia. La visión del lector es más crítica, más panorámica y con mayor perspectiva. Y así, Reggie pasa de ser un héroe trágico a ser un pobre hombre con las tribulaciones que podemos tener todos. Es entonces cuando reconocemos el aspecto ridículo de ciertas situaciones. Cuando la ironía deforma la realidad de la trama alcanzamos a ver la verdadera historia. Y podemos reímos de ella. Como dijo Critchley, el humor nos envía «a lo ordinario mismo de lo ordinario, a la cotidianidad de lo cotidiano, a la banalidad de lo banal». Nos enfrenta al espejo. Quizás nos riamos de Perrin (reírse, uno se ríe mucho, sí), pero lo que hacemos es reírnos de nuestro propio miedo. La ironía de Nobbs nos desarma.

Ya en el primer párrafo de la novela hay una firme declaración de intenciones:

«Cuando Reginald Iolanthe Perrin se dispuso a salir para el trabajo aquella mañana de jueves, no entraba en sus planes llamar hipopótamo a su suegra. Nada más lejos de su pensamiento». Harto de hacer lo que siempre debe hacer, Reginald prueba a hacer lo contrario. El primer capítulo se cierra con un diálogo entre Perrin y su mujer en el que él termina llamando hipopótamo a su suegra, «para variar un poco», dice. Reggie, desde el principio, provoca situaciones hilarantes para crear el caos a su alrededor, para trastocar lo previsible. El humor, que quiebra la linealidad del discurso, que sorprende, es el vehículo adecuado para retratar las intenciones del personaje.

Sin embargo, las pequeñas tretas de Reginald parecen no causar demasiado efecto. Su vida es tan rutinaria como siempre, como la de todos los que lo rodean. Lo único que la diferencia de la de sus hijos, su mujer, su yerno o su cuñado es que sólo Reginald se atreverá a dar un paso lo suficientemente importante como para trastocar la realidad. Matará a Reginald para ser otro. De nuevo el sacrificio del héroe, deformado por la ironía, disfraz del lenguaje, se convierte en un acto descabellado y absurdo, muy cómico, y a pesar de todo, posible. (Que se lo pregunten al laborista Stonehouse).

En definitiva, David Nobbs escribe una historia sin grandes pretensiones, plagada de diálogos inteligentes, con personajes muy bien definidos, ligera, ágil, narrada desde la modestia, pero también desde el aplomo del humorista. Sin querer ser una obra maestra y a través de la diversión, transforma la catarsis del héroe trágico, su purificación, en un intento de felicidad más de andar por casa. Un intento de cambiar la resignación por la aceptación. Si ese intento pide a cambio lo absurdo y lo irracional, habrá que pagar el precio. Aunque al final lo ganado sorprenda tanto como lo perdido.

Paz Olivares
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