A mundane story

por Alexander Zárate

Anoche soñé que Terrence Malick era thailandés. Uno de los pasajes más deslumbrantes, y alumbradores ( y de paso controvertidos) que ha deparado el cine de este siglo, y de cualquier precedente, es aquel excurso de El árbol de la vida (2011) en la que la narración se expande y despliega en el espacio y el tiempo, al son de la música de ‘Lacrimosa’ de Zbigniew Preisner, y cuyo momento culminante es la iluminadora confrontación entre los saurios a la orilla del río. Dos años antes, en otro cautivador despliegue en el espacio y el tiempo, A mundane story (Joao nok Krajok, 2009), de la cineasta thailandesa Anocha  Suwichakornpong acontece un excurso, más breve, en el que encuadre y travelling conjugan mirada y movimiento en el espacio de la galaxia sideral, un desplazamiento entre estrellas hacia un luminoso astro (al son de la música del grupo malasio Furniture). Desplazamiento, movimiento, en contraste con la parálisis física, y anímica, de uno de los dos protagonistas, Ake (Phakpoom Surapongsanuruk), inmovilizado a causa de un accidente. Ese excurso acontece tras que le señalen que su padre sufre también cómo él por su condición inmovilizada. Su mirada, su consciencia, se abre hacia al otro, su ensimismamiento en su desgracia se hace consciencia de la alteridad, de la mirada de los otros. Como también su consciencia se abre a una diversidad social, a la configuración de la realidad sobre categorías sociales, a través de la relación con su enfermero particular, Pun (Arkaney Cherkam), de extracción social más baja (como en la cocina la madre remarca ante Pun y la cocinera, con sus observaciones, su superioridad jerárquica).

En otro instante la voz de Ake expresa cuánto quisiera sentirse lígero, liberarse de esa gravedad que le inmoviliza e impide. Su voz se escucha en off y conjugada con una sucesión de espacios vacíos. Es un ánimo en estado de ausencia, su postración le ha sumido en un abismo de negación, porque ya no se siente presente. No se siente cuerpo: se intenta masturbar en la bañera pero desespera porque su cuerpo no reacciona. En otro instante, otro excurso, se evocan unas imágenes de su cuerpo desnudo desplazándose cuando daba sus primeros pasos, tras que Pun pregunte si es posible vivir sin pasado, y se lo pregunta a alguien, como Ake, que ya no siente que haya futuro en su vida . La consciencia de Ake se abre tanto a las otras perspectivas, a otros ángulos, las miradas de los otros, como al tiempo. Su postración anímica le había separado de la consciencia del tiempo, de su condición de cuerpo en transcurso en la duración, o le había distanciado de la conciliación con el tiempo. Por su inmovilidad, su vida se había convertido en espacio y tiempo detenido, un cuerpo estacionado. La vida se hace compartimento, estaciones, inmovilidad de rutinas que se hace red enmarañada, pero también enigmas, y creación: la imaginación desafía, propulsa el movimiento con las interrogantes que exploran los espacios en blanco.

La narración se vertebra a través de esa relación entre Ake y Pun: su aproximación moviliza la forma de relacionarse de Ake con el entorno y consigo mismo. La narración se abre con imágenes del cuerpo postrado de Ake, una de ellas desenfocada, como desenfocado él mismo se siente. Y finaliza con un alumbramiento, una detallada atención a un parto. Entre medias, el contacto de esa otra presencia, Pun, las manos que recorren y sedan su cuerpo, propulsa la apertura y transformación de Ake. Se tumban en la hierba, y contemplan la amplitud del firmamento, y la mirada en las entrañas se acompasa y supera los límites en los que se sienten reducidos el cuerpo y la mente de Ake. En la secuencia previa a la final, en la secuencia precedente al alumbramiento, la voz de Pun expresa, conjugada con planos de la naturaleza que rezuman plenitud, cómo la finitud es parte consustancial de la naturaleza. Detalla el proceso de vida de una estrella, sus edades, sus variaciones, cómo desaparece y extingue. El ansia de ligereza que antes contrastaba con el vacío se transfigura en la consciencia de la finitud contrastada con la condición pletórica, aun fugaz. La luz desaparece, pero antes alumbra, y deslumbra, y se hace movimiento, como esta sublime obra.

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