Entrevista a Juan Gómez Bárcena
Factor Crítico: Hola Juan.
Juan Gómez Bárcena: ¿Qué tal?
FC.- Vamos a empezar por hablar de tus orígenes como escritor. Empezaste a escribir muy joven, a una edad en la que muchos escritores empiezan a escribir como parte de un proceso de introspección, de autoconocimiento. ¿Tú lo ves así?
JGB.- Sí, sí tiene mucho de exploración, pero también de construcción. Yo no creo tanto en la idea de que haya una esencia humana personal que haya que descubrir a través de la escritura, sino que narrándome también me invento. Creo que el ser humano es un discurso y yo, a través del discurso de la escritura, acabo convirtiéndome también un poco en lo que escribo.
FC.– En tu último libro (Los que duermen; Salto de Página, 2012) tiene mucho peso la historia. Ahí parece que hay un paralelismo entre ese descubrirse personalmente a través de la narración y la narración colectiva, que es la historia como discurso sobre el ser humano.
JGB.– Exacto, es algo que no sólo ocurre a nivel grupal, en la Historia, también los seres humanos somos como nos contamos a nosotros mismos. A mí me gusta mucho el tema del psicoanálisis. El psicoanálisis, para mí, ya ha abandonado la posición moderna —hablo de la modernidad histórica de principios de siglo— en la que dice «hay una esencia en ti y hay que sacarla» y ha pasado a una posición en la que te dice «tú estás configurado de una manera, a partir de unos discursos que te hacen daño, así que vamos a narrar tu vida de otra manera para que te sientas cómodo, para que te identifiques más». Yo creo que muchas veces va por ahí. Escribo un discurso con el que me construyo y también un poco para descubrir cosas de ti. Pero sí, creo mucho en la idea de la palabra como inventora.
René Magritte La invención colectiva 1934
FC.– ¿Qué años tenía cuando empezaste a escribir?
JGB.– Pues depende del nivel del que hablamos, pero sí, empecé prontísimo. Lo guardo todavía. Con siete años me regalaron una libreta y escribí la Historia de la humanidad en diez tomos. Era maravilloso, porque tenía ilustraciones a bolígrafo. Por entonces estaban sacando en Diario16 la Historia de la humanidad, y yo les preguntaba a mis padres…por ejemplo «¿Qué viene después de Egipto?» «Mesopotamia» «Y yo lo iba anotando ahí todo».
FC.– Lo que haces en este último libro, Los que duermen es un poco eso, narrar la edad del hombre.
JGB.– Sí.
FC.– Háblanos un poco de tus trabajos anteriores. Muy joven ganaste el premio J. Sender
JGB.– Sí, el J. Sender me lo dieron en 2009 por una novela bastante antigua, una novela corta que escribí con diecinueve años, que se titulaba Farmer Stop. Lo que pasa es que es una novela que bueno, no es que esté del todo insatisfecho, pero era cuando no tenía todavía muy claro mi imaginario. Aquí el imaginario está muy cerca de escenarios de Capote, de Carver… de hecho la novela está ambientada en EEUU. Me parece interesante como ejercicio, pero no termina de convencerme. Antes de eso tenía una novela que escribí con quince años, que publiqué con diecisiete porque ganó un concurso de narrativa breve.
FC.– El héroe de duranza
JGB.– Sí. Es una novela guerra civilista. ¡Imagínate! Luego los imaginarios van evolucionando, pero es el primer libro en el que me empiezo a reconocer un poco.
FC.– Cuando estuviste con la beca Antonio Gala hemos visto que tenías un proyecto de novela, Segunda vida.
JGB.– Segunda vida, sí. La escribí. Era un proyecto de novela sobre Second Life. Hubo una época en la que yo estaba estudiando filosofía y, bueno, tuve suerte, empecé a dar una serie de conferencias sobre las implicaciones éticas y sociales de la realidad virtual en el mundo. Lo que pasa es que es un proyecto que, cuando lo terminé, no quedé satisfecho.
FC.– ¿Por qué?
JGB.– Tengo problemas con el género de la novela. Yo me siento más cuentista, aunque empecé como novelista. Me cuesta mucho agrupar un material muy diverso, porque yo tengo una escritura muy meticulosa, tiendo mucho a darle muchas vueltas a cada capítulo, a cada párrafo… y cuando estás inmerso en un proyecto de trescientas páginas me pasa que, cuando por fin he cerrado un capítulo y estoy contento con el resultado, mientras avanzo puede pasar que tenga que modificar un aspecto, algún detalle que modifique ese capítulo. No consigo tener una visión tan global, entonces no me terminó de gustar. Esto coincidió también con un declive de Second Life. El tema había empezado a perder vigencia, yo mismo me desinteresé y, bueno, el proyecto digamos que quedó terminado, pero no le vi mayor relevancia. Lo aproveché para un ensayo sobre el tema pero se quedó ahí.
FC.– ¿Y ahora con las redes sociales no ves que pueda repuntar?
JGB.– Sí, pero me di cuenta de algo que enlaza un poco con el proyecto con el que estoy ahora mismo. Lo que me interesaba no era el aspecto tecnológico, sino es aspecto de la suplantación de la identidad y la frontera entre realidad y ficción. Cómo sucesos ficticios pueden tener consecuencias reales. De hecho, en todas mis conferencias trataba lo mismo: casos prácticos de sucesos que se daban en Second Life que teóricamente no habían ocurrido, pero luego tenían una resonancia en la realidad. Me di cuenta de que eso no tenía que ambientarlo en un ambiente tecnológico porque yo mismo no soy una persona muy tecnológica. Usaba Second Life lo necesario para actuar como mero observador y ahora con las redes sociales me pasa lo mismo, lo utilizo lo justo.
A partir de aquí, llegué a lo que estoy escribiendo ahora que es el mismo cuento pero ambientado hace un siglo. Parte de una anécdota que le ocurrió a Juan Ramón Jiménez cuando era joven en 1904. Ya empezaba a ser famoso y por entonces le empezaron a llegar cartas de una admiradora peruana, llamada Georgina Hübner. Él le devolvía las cartas, las cosas empezaron a subir de tono y acabaron enamorándose. Todo eso sin haber recibido ni una foto, porque ella no le quería enviar fotos. Entonces él le dijo que por qué no venía a España a conocerlo y ella le dijo que no, que estaba enferma en un balneario. Pasó el tiempo un día Juan Ramón le escribió que ya no aguantaba más, que se quería casar con ella y que se iba a Perú a conocerla y a casarse. Justo entonces le llegó un telegrama en el que le decía que la tal Georgina había muerto y él le escribió un poema, muy bonito, que está en El libro del Laberinto: «A la muerte de Georgina Hübner». Pero lo que había ocurrido en realidad es que eran dos adolescentes peruanos que para conseguir autógrafos de Juan Ramón, porque ellos también querían ser poetas, se inventaron el personaje de esta mujer. Entonces este personaje, toda la vida que le contaba, no existía, pero para Juan Ramón fue un referente de sus primeros años como poeta. Entonces a mí me pareció que podía coger ese argumento para hablar de lo mismo. No me hacía falta nada más. Porque a mí a veces me molestan esas novelas que pasan muy rápido de moda, porque están muy vinculadas un lenguaje tan tecnológico que, bueno, dentro de tres semanas ya no se va a hablar del iPod sino del iplof y caducan automáticamente.
A mí eso me había pasado con el proyecto anterior. Yo notaba que, en el momento en el que Second Life empezó a perder vigencia la novela empezó a perder sentido. Me di cuenta tarde, pero me di cuenta. Pensé que podía arreglarlo y alguna vez me lo plantee, pero vi que era un proyecto que podía llevar mucho mejor ambientándola en el pasado.
FC.– Al final no la publicaste.
JGB.– No. La verdad es que la moví muy poco. Se la enseñé sólo a cinco o seis personas y no salió de ahí. Pero al mismo tiempo es una novela que me sirvió de mucho y me aclaró las ideas sobre todo para el proyecto que estoy haciendo ahora.
FC.– Tú ves entonces que en todas tus novelas hay una lógica o una continuidad.
JGB.– Yo pensaba que no había continuidad, pero la verdad es que sí, porque incluso en aquellos proyectos tan antiguos de los que os hablaba antes, que casi no considero ni míos, ya aparecía el tema de la ficción que debidamente contada acababa siendo real. Por ejemplo en aquella novela Farmer Stop, que es una novela en primera persona con un narrador que es perseguido por la policía ahí en todo momento el narrador está convencido de que es inocente, pero luego, por determinados errores que comete el narrador, te vas dando cuenta de que la policía está en lo cierto, sí tiene razón y él verdaderamente es el asesino. Entonces parece que por ahí sí hay cierta continuidad, pero esto es lo de siempre. Ahora podría hacer otra novela que no tuviese nada que ver e inmediatamente aparecerían otros paralelismos que ahora no son evidentes. Pero yo creo que sí. En este último libro hay un cuento «Hitler regala una ciudad a los judíos» que me parece que condensa lo que me interesa verdaderamente. Esa idea del simulacro. Del libro es mi cuento favorito. No sé si es el que mejor ha quedado, pero sí creo que es el que condensa mejor qué es lo que yo busco.
La novela que estoy escribiendo ahora va un poco en esa línea, aunque tiene un toque mucho más cómico porque la historia lo pide.
FC.– ¿Eres fiel a la historia o ficcionas bastante?
JGB.– Ficciono bastante. Y además la limito mucho porque no me gustan demasiado esas novelas que se basan en personajes históricos reales y que crean un compromiso que hace que, cuando se ponen en escena, siempre quedan un poco forzados, un poco estereotipados… ¿Qué voy a poner, al típico Juan Ramón depresivo…? Al final opté por algo más arriesgado, que es que Juan Ramón no aparece en la historia, sólo es vista por los bromistas. La historia es la de los bromistas, con sus miserias y con sus propósitos y de Juan Ramón lo único que reciben son las cartas. De hecho Juan Ramón como figura no me interesa, es decir, me interesa como gran poeta.
FC.– ¿Has podido leer las cartas?
JGB.– Sólo he podido acceder a cuatro. Aparecen en el último epistolario que ha publicado la residencia de estudiantes, donde aparecen… a ver si lo digo bien: La carta que escribe ella primero, la que contesta él, otra que contesta ella cuando dice que está enferma y la última que dice ella cuando él le dice que va a Perú.
FC.– Lo del legado de Juan Ramón parece que sigue siendo una cuestión complicada.
JGB.– Claro, claro. Y, aparte, Juan Ramón después se enteró de la verdad de todo este asunto y estaba muy avergonzado con esto. Tanto que eliminó el poema de Laberinto, lo que pasa es que el poema se conserva. Es un poema precioso, pero súper desgarrado.
FC.– ¿Y cómo se entera Juan Ramón de todo esto?
JGB.– Bueno, es que la historia da para mucho. Uno de estos poetas, uno de los bromistas acabó siendo presidente de Perú cuarenta años más tarde y, a través de alguien le llega la noticia a Juan Ramón. Pero es curioso que el poema termina diciendo algo como… a ver si lo cito bien «Y si en ninguna parte nuestro brazos se juntan/Qué niño idiota, hijo del odio y la rabia/hizo el mundo jugando con pompas de jabón» Es que parece que es eso, un niño idiota jugando con pompas de jabón. Da la impresión de que ya presiente la burla. Me parece fascinante. Yo cuando leí el poema pensé enseguida «Aquí hay una novela» y la novela de Second Life que no me ha funcionado es esto. Aparte, yo soy historiador y a mí me gusta escribir sobre el pasado. Me encanta eso de ambientar en Lima en 1904. Yo creo que no he leído nada que transcurra en Hispanoamérica a principios de siglo. Siempre son historias que transcurren en la época de la independencia o ya durante la época moderna.
FC.– Sí, parece que se queda en la parte «sucia» de la historia. Como en la fórmula 1 ¿no? ese pedazo sin transitar.
JGB.– Claro, y a mí esa parte de la historia me fascina. Esos ricos bohemios… De todas formas, a mí lo que me interesa es que es una novela histórica, que no tiene anacronismos, pero sí hay anacronismos en el narrador. El narrador es un narrador moderno o podemos decir postmoderno que cuenta lo que está pasando con un cinismo de postmoderno. Los personajes no, claro. Los personajes son fieles a su época. Entonces, ese es el juego en el que estoy trabajando. Vuelvo un poco a lo mismo que con Second life, pero espero que con más éxito y que me guste el resultado final.
FC.– Lo más interesante de las novelas históricas ¿es rellenar las lagunas?
JGB.– Sí, claro, y luego hay variaciones que se introducen por la historia. Por ejemplo, los personajes reales, no es que sean especialmente pobres, pero tampoco son ricos. En mi historia yo escogí no ya que fuesen ricos, sino muy ricos. Entonces cambia la situación. ¿Por qué estos tipos que tienen tanto dinero se dedican a esto?
FC.– ¿Ellos eran verdaderos admiradores de Juan Ramón?
JGB.– Sí, sí, ellos eran auténticos admiradores. De hecho este que llegó a ser presidente de Perú, José Gálvez Barrenechea, fue también un poeta muy reconocido, pero estaba tan obnubilado con Juan Ramón que quería libros, autógrafos, cartas… Yo me los imagino entusiasmados, leyendo las cartas y oliéndolas incluso… Y el bochorno final, cuando Juan Ramón está decidido a ir allí… ¡Tuvieron que ponerse incluso en contacto con la embajada! A partir de ahí, Juan Ramón estuvo muchos años creyendo que todo había sido real y que Georgina realmente había muerto. De hecho, hace poco, apareció un poema inédito que es bastante posterior, en el que todavía la cita. Y hay una carta muy posterior que le envía a una mujer en la que le reprocha Juan Ramón que las cartas que le envía son muy cortas y muy frías, y ella le responde: «¿Qué quieres, versos arrebatados y lunáticos como los de tu querida Georgina?» Así que todavía años después Georgina era una presencia, incluso entre sus amigas.
FC.– Nos comentabas que documentas mucho tus relatos, tus proyectos… ¿Cuánto llevas investigando esta historia?
JGB.– Pues esta historia me llegó siendo muy niño, porque me lo contaron en clase de literatura. De estas anécdotas que una profesora cuenta por hacer el personaje más divertido para la clase. Entonces yo empecé a investigar y es una historia que yo siempre había contado entre amigos, pero fue con todo el asunto de Second life que yo empecé a buscar casos parecidos que hubiesen pasado entre escritores. Luego, a la vuelta de México, donde estuve viviendo un tiempo, me surgió la idea de escribir un relato sobre el asunto de Georgina, pero me fue creciendo y llegó un punto en el que ya pensé: pues esto es una novela. Pero, ya os digo, no pretendo hacer una novela que sea exhaustiva. No es tanto un retrato fiel de Lima a principios de siglo como una Lima vista a los ojos de alguien del año dos mil trece.
FC.– Sería interesante que nos contases algo sobre tu experiencia en la fundación Antonio Gala.
JGB.– La fundación Antonio Gala es una iniciativa muy bonita, llevada, claro, por Antonio Gala. En un antiguo convento del S XVII en Córdoba reúne allí todos los años a entre quince y veinte artistas de todas las disciplinas, que tengan ya una cierta carrera como fotógrafos, pintores, escultores o escritores. Y se trata de vivir allí unos meses. No hay reglas, más allá de que hagamos las comidas todos juntos y luego tenemos libertad total. Cada uno tiene su habitación y hay una serie de lugares comunes: una biblioteca… hay lugares espléndidos. Se presta mucho a la creación.
Ellos dicen que lo que te regalan es tiempo para escribir, lo cual es verdad, pero para mí lo más importante es que te regalan un contacto con personas muy interesantes que te enriquecen mucho. Uno de mis actuales compañeros de piso todavía es de la fundación, y han pasado seis años desde que estuve allí. A mí lo que me ha enriquecido mucho es el trato con la gente. Poder convivir con escritores, con pintores, con fotógrafos… con gente de la que sacas ideas.
FC.– ¿Qué edad tenías?
JGB.– Pues esto fue en el 2007, yo tenía 22 años
FC.– Suena como novecentista todo esto: un claustro, estudiantes… muy de Juan Ramón.
JGB.– Sí, pero Antonio va incluso más atrás. Creo que algo del Ágora griega… no recuerdo bien qué imagen pone como referencia, pero sí es una imagen un tanto idílica. Tiene sus problemas, claro. A lo mejor hay gente que sí llega allí esperando que se le promocione más, aunque la fundación no es un instrumento de promoción sino, como digo, para conocer gente y para tener tiempo. Para mí lo más valioso es que pude conocer a mucha gente que me enriqueció enormemente. Porque yo hasta ese momento me había relacionado sólo con escritores y me daba la sensación de que hablar con un pintor a lo mejor no me iba a resultar tan importante o no me iba a aclarar tanto las ideas. Pero realmente, el ver el proceso creativo en diferentes disciplinas me parece muy enriquecedor.
FC.– Hace un momento nos comentabas que el narrador de tu última novela es un narrador postmoderno e incluso un poco antes nos comentaste algo sobre un narrador moderno, pero no en el sentido de contemporáneo, sino un narrador de la modernidad. Por estas referencias nos da la impresión de que tienes muy presentes este tipo de conceptos. Pienso ahora en la distancia del narrador respecto a los personajes.
JGB.– Sí, me interesa mucho. Tanto la modernidad como postmodernidad me interesa mucho. Yo estudio filosofía y ahí estoy especializado en el concepto de postmodernidad, aunque esté tan denostado el término. Creo que al final esto es un debate terminológico. Si hay que llamarlo modernidad o postmodernidad, si ha terminado… esto me da igual. Lo que sí veo claro es que hay una serie de conceptos de lo que llamamos la modernidad, que llegan hasta la Segunda Guerra Mundial o Mayo del 68, que han quedado rotos. Muchas veces han quedado rotos por exceso. El exceso de racionalismo nos ha llevado a un replanteamiento general. Y es cierto que el relativismo ya estaba en época sofista, sí, puede que sí, pero se trata de usar los mismos ingredientes para conseguir otra receta. Yo sí creo que existe un pensamiento postmoderno que se ve en todas las artes y en la vida. Un pensamiento que no es que me quiera sumar a él, es que creo que en muchas cosas mi forma de pensar sí se adapta a eso que llamamos pensamiento postmoderno. Por ejemplo, esto que decíamos del hombre como discurso. Es una idea postmoderna, en realidad. Un moderno lo que diría o lo que le importaría de este asunto del que hablábamos es «¿Pero la tal Georgina existió o no?». Terminaría todo, más que nada en la broma. A mí lo que me interesa es si existe algo de realidad en la mentira.
Algo parecido existe, por ejemplo, en la somatización de las enfermedades. ¿Cómo es posible que determinados problemas mentales puedan hacer que a algunas personas se les quede blanco el pelo, por ejemplo? Las palabras afectan. El primer relato de Los que duermen trata de una civilización que para comprar utiliza palabras. Que en lugar de dinero utilizan palabras. Se trata de que la palabra tiene un valor que llega a un punto en el que se materializa. En ese sentido sí me considero en esa línea postmoderna.
Lo que decía de la distancia, a mí me interesa mucho el tipo de narrador que cuenta las historias revelándolas como algo que ya es en sí ficción. Un poco suspender el sueño narrativo. Mi narrador juega a veces a decir que, del mismo modo que ellos crean a Georgina, que tiene algo de cierto y algo de falso yo los creo a ellos que tienen algo de cierto y algo de falso, algo que que es verdad y algo que no lo es. Me parecía que era además un narrador muy apropiado. Ellos crean una realidad con palabras y yo hago el mismo juego, creo una ficción, pero una ficción que tiene algo real. Creo que es ahí donde el pensamiento postmoderno está presente.
FC.– ¿Y no ves una crisis o un cierto hastío del pensamiento postmoderno?
JGB.– Yo creo que ahí el problema muchas veces es que el término postmoderno se ha banalizado demasiado. A veces lo que pasa es que alguien escribe un poema, junta dos cosas que no tienen nada que ver y se justifica diciendo que eso es válido porque es postmoderno. Si eso es postmoderno, pues vale, pero es una versión de lo postmoderno barata. También había una postmodernidad cutre. La postmodernidad de Baudrillard no me parece que pase de moda. Me parece que estamos viviendo exactamente el momento que describió Baudrillard. Pero, claro, ahí estamos hablando de la postmodernidad en un sentido filosófico y siempre en un sentido profundo. A mí me da la sensación de que hay autores que escriben cosas que son raras, que a lo mejor no tienen mucho interés y que juegan a salvarlas con un «Pero es que es postmoderno». Sí creo que hay ese hastío. Se ha juntado la postmodernidad con la trivialidad y todo vale. No, no todo vale. Lo que dice la postmodernidad es que varias verdades pueden convivir, no que todas las verdades tengan el mismo valor. Es como lo que se da en las interpretaciones literarias. Si yo hago una interpretación de Madame Bovary en la que defiendo que Madame Bovary es un hombre pues, perdona, pero esa interpretación es incorrecta. ¡No, que es mi visión! Pues vale, es tu visión, pero realmente hay ahí algo que está riñendo con los hechos. Yo sí creo en el relativismo pero eso no quiere decir que todas las verdades estén igualadas. Entonces, para mí sí que, aunque esté denostado, en parte lo está a partir de ataques fuera del cuerpo de la postmodernidad, dirigidos más a la periferia.
FC.– Pero incluso esa convivencia de varias verdades distintas ¿No crees que ha entrado en crisis? ¿No hay una nostalgia del hombre por una verdad que lo defina?
JGB.– Creo que estamos obligados a ello. Que sólo podemos vivir con un modelo único de verdad en una nación de estado del S XIX, donde eres educado para ser un ciudadano español, francés, alemán o lo que sea, donde sólo vas a salir de tus fronteras para pelear contra el enemigo y ver lo malo que es y la razón que tienes tú, no vas a conocer otra religión que la que ya tienes y ahí tienes una verdad muy cómoda. Si de verdad vivimos en un mundo plural es imposible, sin ser un fanático, no darse cuenta de que hay multiplicidad de verdades. Luego hay temas éticos complicados. Por ejemplo, la ablación del clítoris. Pueden hacer lo que quieran, porque son otra cultura, somos postmodernos. No digo eso. No digo que haya que permitir cualquier cosa. Lo que sí digo es que, si tienes que prohibirlo, al menos tienes que saber que sólo es dañino en tu cosmovisión, pero no en la del otro. Es decir, que, aunque sea algo que te parezca censurable, no tienes que señalar como malo al otro por hacerlo. Entonces, si vamos a hacer algún tipo de intervención armada para eliminar la ablación del clítoris o el uso del velo o cualquier otra cosa, pues entonces tenemos que reconocer que lo que hacemos es imperialismo. ¡Y puede que el imperialismo sea bueno! Eso ya es otra cuestión. Pero que nadie diga que lo hacen por los derechos humanos universales, porque esas personas no consideran que sean sus derechos humanos. Yo he vivido en México y allí las comunidades indígenas ven los derechos humanos como algo horrible porque, por ejemplo, les impide tener sus propias leyes. Allí ocurre que los indígenas tienen la obligación de trabajar. No es una ley escrita, pero es así. Entonces, cada vez que alguien de una comunidad indígena no va a trabajar lo meten en la cárcel, pero entonces llega la policía y los saca, porque bajo la ley es un secuestro. Es un caso en el que, realmente, no se puede decir quién tiene la razón. Depende de dónde estés poniendo el zoom de la cuestión. Desde el punto de vista de un indígena, es verdad que esa persona merece ir a la cárcel. Desde el punto de vista del mexicano medio es todo lo contrario. ¿Por qué va a ir ese señor a la cárcel? Es un país libre, que haga lo que quiera.
FC.– ¿Tú te consideras más un escritor de personajes o de fábulas? Ya sabemos que es una diferenciación injusta, pero a la hora de ponerte a escribir ¿Qué dirías que tienes más en mente, los personajes o la historia que van a vivir esos personajes?
JGB.– Soy más escritor de ideas. En este libro [Los que duermen] más. Uno de los retos de la novela que estoy escribiendo ahora es que, por naturaleza, es una novela de personajes, entonces ha sido todo un reto que creo que lo hemos ido superando. Sin embargo, en este libro es verdad que hay pocos personajes y, los que hay, son más bien grupales. Por ejemplo, ese robot que habla no tiene una individualidad, en cuanto a robot. Es un robot más. Lo mismo Aktassar, el rey Aktassar que no habla como un personaje definido. Es un cairo más. Es un libro que está más centrado en la idea. Me parecía que si me centraba mucho en la individualidad se perdía de vista lo que a mí me interesaba, que es captar la esencia humana como algo total. Es un libro que busca más las regularidades del género humano que sus diferencias. Si hubiera sido un libro muy psicológico creo que no se percibiría. Tampoco sé si lo hice por eso. Ahora me doy a mí mismo esa explicación. Pero creo que, en ese sentido, eso funciona. Pero, por ejemplo, en la novela que estoy escribiendo ahora no funcionaría para nada, porque básicamente se trata de dos personajes que hacen cosas. En ese sentido se trata de individualizar lo cual para mí ha sido un reto porque yo llevaba años escribiendo cuentos en los que no había personajes prácticamente. Pero sí, efectivamente, los personajes están aquí casi ausentes porque el personaje es la humanidad. La idea era enseñar la humanidad con sus claros y oscuros, porque hay momentos en los que se muestra la humanidad con mucha ternura, pero luego hay momentos en los que se muestra también como algo absolutamente cruel. Por otra parte, yo creo que es así el género humano.
FC.– Danos ahora algunas influencias. ¿Qué estás leyendo? ¿Qué te gusta leer?
JGB.– Bueno, en este libro, claramente Borges. De hecho Borges yo lo descubrí y para mí fue un descubrimiento negativo.
FC.– Descubriste que te estaba plagiando.
JGB.– Sí, algo de esto, jaja. Sí es cierto que ninguno de estos cuentos los escribí antes de leer a Borges, pero hay versiones primitivas de algunos de estos cuentos que sí los había escrito antes. Entonces, al leer a Borges, fue encontrarme con alguien que, como yo, es un amante de la historia y la filosofía. Un autor que es mucho de ideas, Borges sí es absolutamente un escritor de ideas. Otra referencia que a mí me gusta mucho es Milorad Pavic. Un escritor serbio que murió el año pasado y que tiene un libro llamado Diccionario Jazaro, lo leí durante la redacción de este libro y no sé si puedo decir que es una influencia directa. Este libro es literalmente un diccionario sobre el pueblo jázaro, un pueblo de la antigüedad que existió realmente en el VIII o IX y toda la novela son acepciones que, según las leas en un orden o en otro, la historia va cambiando. Me pareció una cosa increíble, mucho más audaz que Rayuela en ese sentido, donde el juego es mucho más tibio. Juega mucho con el imaginario de los pueblos bárbaros, que es algo que a mí me encanta y lo utilizo mucho en mi libro. Se sabe muy poco de los pueblos germanos. Se sabe mucho de la forma en la que los romanos veían a los germanos pero muy poco acerca de cómo veían los germanos a Roma. Es un mundo que a mí me interesa mucho.
Luego influencias al margen de este libro, digamos entre los clásicos me encanta Fante, la honestidad y la sinceridad que transcribe. Me gusta mucho Bolaño, para mí un maestro. Y de gente joven yo recomendaría a un antiguo compañero mío, aunque no lo recomiendo por esto, Alejandro Zambra. Españoles me gusta mucho Andrés Barba y ahora he conocido a una escritora muy joven, Jenn Díaz, que tiene una novela titulada Belfondo que me parece estupenda.
FC.– Te pasamos el test entonces. ¿Qué es escribir?
JGB.– Uff. Pasamos a la siguiente, a ver si esta sale por el camino.
FC.– Pues la siguiente. ¿Quién escribe?
JGB.– Supuestamente escribo yo, pero en realidad es la persona que seré cuando termine el libro. Como me estoy construyendo en el libro ese proceso de escritura sirve para reconstruirme como persona.
FC.– Escribe tu propia expectativa de futuro
JGB.– Por ejemplo, jajaja.
FC.– La tercera de Sartre la hemos cambiado en un ¿Para quién escribe?
JGB.– Yo cuando escribo pienso en el lector, pero pienso también en la escritura como un intento de comunicación necesariamente fallido. Un intento de decir algo con la curiosidad de qué es lo que va a entender la gente. Esa idea de «yo quise decir esto y lo que llegó es esto otro». Disfruto mucho de ese ruido comunicativo. Yo creo que pienso en el lector pero en el lector como alguien que vaya a generar sentidos concretos sobre mi obra y sobre mí.
FC.– Lo dejamos aquí entonces. Muchas gracias Juan.
JGB.– A vosotros
por Jorge de Barnola y Miguel Carreira
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