Mauro Silva roba un balón

La Champions del año 2001 quedó como la Champions del gol de Zidane. Era una Champions casi destinada. El Real Madrid cumplía cien años. Florentino Pérez había alumbrado la fórmula de los “Zidanes y Pavones”, una receta que, según se vio luego, tenía más de retórica que otra cosa y que consistía en fichar cada verano a lo mejor que hubiese en el mercado y ligar eso con la producción de la cantera. Por entonces ya se habían embarcado Figo y Zidane. Faltaban por llegar Beckam y, sobre todo Ronaldo, pero el Real Madrid, ya se había liberado del trauma histórico con la Copa de Europa que lo había perseguido durante treinta años y era el favorito para ganarlo todo. 

Aquel año ganar la Liga se antojaba casi tan difícil como la Champions. Con la llegada del dinero de las televisiones y la ley Bosman los equipos españoles se habían lanzado a hacer fichajes por todo el mundo y quien más quien menos tenía un par de internacionales de relumbrón. Después de años de dominio italiano, los españoles se habían convertido en los dominadores el continente.  El Valencia (que acabó ganando la Liga ese año) era un equipazo temido en toda Europa después de jugar dos finales de Champions seguidas. El Barcelona, con el ocaso de Rivaldo, empezaba una travesía por el desierto buscando un nuevo mesías (que no fue Messi, porque antes de él estuvo Ronaldinho) pero seguía siendo el Barça. El Atlético de Madrid se había descalabrado y, a base de cambios de entrenador y de vaivenes en los despachos, había conseguido descender con un equipo con el que podrían haber jugado la champions tranquilamente. De la debacle del Atlético se aprovecharon muchos equipos, que se lanzaron a por los jugadores del descendido. El que más rendimiento sacó fue el Deportivo, que estaba viviendo la segunda reencarnación del “Super Depor”. Se había ido Bebeto, pero tenía jugadores como Makaay, que era una flecha y Diego Tristán, que antes de irse diluyendo, según dicen, en las noches coruñesas, tuvo tres temporadas en La Coruña a un nivel tremendo.  

Y luego, claro, estaba Mauro Silva. 

A pesar de que la liga estaba más disputada que nunca, el Madrid y el Barça no habían perdido preponderancia económica. Al contrario, estos fueron los años en los que se empezó a fraguar una distancia cada vez más grande entre los dos grandes y el resto de equipos. Económicamente el Valencia o el Deportivo no podían competir y vivían con la amenaza de perder a sus mejores jugadores al final de cada temporada. Le pasó al Deportivo con Rivaldo, que el Barcelona le arrebató a punto de empezar la liga. Sin tiempo para reaccionar ese golpe había enviado al Depor a la lona durante un par de años. Poco después fue el Madrid el que se llevó de Riazor a Flavio Conceiçao, una baja que era mucho menos importante (a Conceiçao además no le iría bien en Madrid) pero que no dejaba de ser un recordatorio de la diferencia de poder entre las castas del fútbol español. 

Este contexto hace más sorprendente la relación de Mauro Silva con el Deportivo de la Coruña. Mauro fichó por el Deportivo en el año 92. Los fichajes de Mauro y Bebeto aquel año todavía son  recordados como uno de los grandes golpes de efecto de un equipo de fútbol español. El Deportivo pasó de ser un equipo ascensor, a caballo entre la primera y la segunda, a colocarse en los primeros puestos de la liga. Empezaron a ganarle al Madrid y al Barcelona, a jugar en Europa, a pasar rondas europeas…  

Riazor era uno de los estadios más difíciles de toda Europa. Bebeto se fue cuatro años después. Mauro, que era más joven, se quedó. Pasaron las temporadas y, siempre había rumores de una posible salida. Mauro era, nadie lo dudaba, uno de los mejores centrocampistas defensivos del mundo. Para algunos, el mejor. En el mundial del 94 fue titularísimo dentro de una selección Brasileña ultra defensiva en la que Mauro era tan importante como Romario. De hecho, si al ataque giraba en torno al talento de Romario y Bebeto la defensa lo hacía construida en las piernas de Mauro y Dunga. Mauro volvió con su campeonato del mundo a La Coruña y siguió jugando. Y así una temporada tras otra y otra más. 

Hay dibujos que están hechos de demasiados hilos como para intentar explicarlos tirando de una sola hebra. El que Mauro Silva, uno de los grandes jugadores de su generación, jugase trece temporadas en un pequeño equipo gallego sólo puede explicarse a partir de múltiples factores que, aun así, no alcanzan para alejar del todo el misterio. Es verdad que era un tiempo diferente y un fútbol diferente. Pese a la diferencia de poder respecto al Madrid, al Barcelona u otros grandes equipos europeos, el resto de equipos españoles mantenían la competitividad económica, en parte más allá de lo prudente. Creían estar viviendo una infinita primavera y se embarcaban en gastos que poco después se supo que no eran capaces de afrontar. El Deportivo, precisamente, fue un buen ejemplo de este optimismo económico no justificado. Lendoiro, además, tenía fama de buen negociador y de trabajar muy bien las relaciones con los jugadores. 

Todo esto no sé si hubiese evitado la marcha de Mauro de no ser también por las lesiones. Con veintinueve años Mauro tuvo un par de lesiones muy largas que lo dejaron fuera del mundial 98 y que lo podían haber dejado fuera del fútbol de primer nivel. 

Pero no fue así. Mauro Silva volvió a jugar. Muchos quizás pensaban que su mejor momento había pasado y eso quizás frenó intentos más agresivos de sacarlo de Riazor. El mismo Flavio Conceiçao se compró y se vendió con el subtítulo de “el heredero de Mauro Silva”, un apelativo que nunca llegó a conseguir, sobre todo en el Real Madrid. Quizás de no haber sido por aquella lesión Florentino hubiese ido a por la versión original, hubiese subido la apuesta por Mauro Silva y lo hubiese integrado en su alineación galáctica. Hubiese sido muy raro ver a Mauro, con su perfil bonachón, en la corte del rey Arturo. En todo caso todo eso es fútbol ficción. Mauro Silva nunca dejó el Deportivo. 

Ahora sí. Mauro Silva roba un balón 

Aquel año la liga de Campeones se jugaba según uno de esos experimentos con los que la UEFA intentaba prolongar la competición. La Champions 2001-2002 se jugaba con una doble fase de grupos (aquello duró cuatro o cinco ediciones). Lo de la segunda vuelta parecía un buen invento para hacer la competición más atractiva, porque juntaba a los mejores equipos en cuatro grupos y se montaba una segunda liguilla con los equipos de mena, ya libres de toda esa ganga de partidos menores que había que mantener para sostener la impresión de que había cierta horizontalidad en el acceso de las distintas ligas a la competición. Más adelante la UEFA descubrió que era mucho más efectivo dejarse de teatros y jugar directamente con los equipos de las grandes ligas. En fin, todo aprendizaje es un proceso. El caso es que aquel año el Deportivo se clasificó para la segunda ronda después de quedar primeros en un grupo en el que estaba nada menos que el Manchester United, el mejor equipo inglés del momento.  

Ya hemos visto que el Deportivo, por entonces, era una cosa seria. Por eso no fueron buenas noticias para nadie cuando, en la segunda fase, se juntaron en un mismo grupo el Depor, la Juve, el Arsenal y el Bayer Leverkusen, que parecía la cenicienta, pero acabaría llegando a la final. 

A priori la Juventus y el Arsenal eran los favoritos. Los dos eran candidatos a todo. La Juve tenía un equipazo (Thuram, Nedved, Trezeguet, Del Piero…) y ese año ganaría el Calcio. El Arsenal estaba en un proceso de crecimiento y tenía un equipo brillante, que dos temporadas después ganaría la Premier invicto. Lo mejor de aquel Arsenal era una delantera de lujo. La estrella era Henry, que quizás era el mejor jugador de Inglaterra en ese momento, pero también tenían a Vieira, a Bergkamp, a Wiltord, a Campbell, a Kanú…  

El Deportivo, por su parte, se había recuperado de la dolorosa marcha de Rivaldo al Barcelona y (con menos problemas) de la de Conceiçao al Madrid. Había pescado en el río revuelto del Atlético, de donde se había traído a Molina, a Capdevila y a Valerón, que se convertiría en uno de sus jugadores fundamentales. Tenía una defensa sólida, tenía a Djalminha (un tipo que podía ser el mejor jugador del mundo durante 50 minutos cada temporada) y dos delanteros muy buenos (aunque al entrenador, Irureta, casi siempre le sobraba uno). 

 Y luego, claro, estaba Mauro Silva. 

En el primer partido de la segunda fase de grupos el Arsenal empezaba jugando en Riazor. El Deportivo estaba mejor que el Arsenal. Además, fuera de casa el Arsenal jugaba sin Bergkamp, que le tenía miedo a los aviones y estaba exento de volar por contrato.  

Nuestra jugada llega en la primera parte. Pirès, que había llegado al Arsenal para sustituir a Overmars, jugaba normalmente por la banda izquierda, pero en esta jugada se asoma por la derecha. Wiltord se la deja y Ljunberg, al ver a Pirès que entra de cara, lanza un desmarque por el centro de la defensa del Depor. El desmarque de Ljunberg es peligroso, pero exige meter un balón casi en vertical por encima de tres defensas. Pirès piensa que le irá mejor si se escora un poco a la banda. La jugada es difícil, pero hay hueco, porque Mauro, que es el que lo cubre, se abre en paralelo para evitar que a Pirès le dé por irse al centro, donde podría hasta armar el tiro. 

Así que Pirés mete el balón por la derecha pero Mauro Silva reacciona rapidísimo. Esta es una de las cosas que siempre distinguieron a Silva. Parecía tener la capacidad de intuir lo que iba a hacer el contrario. Un talento innato para anticiparse. Aquí Pirés, que es más rápido que Mauro y además destaca por un cambio de ritmo muy agresivo, se echa el balón a la banda y, aunque tiene todas las de perder, porque hay otro defensa del deportivo cubriéndole la espalda, todavía tiene opciones de sacar un centro. Pero Mauro anticipa la jugada, arrincona a Pirés contra la banda y, en un segundo, se echa al suelo, limpia el balón y lo juega a un toque. 

Todo es tan rápido que Pirès casi no tiene tiempo a reaccionar. Para cuando consigue frenar el impulso de su propia arrancada Mauro ya ha jugado el balón. Sólo han sido dos toques, pero Riazor estalla, casi como si hubiese sido gol. Los aficionados saben que han visto algo especial. Saben que tienen a un tipo especial. Quizás algunos sospechan que nunca volverán a tener a alguien así. 

Aquel mismo año el Madrid ganó la Champions. Zidane marcó uno de los goles más recordados de todos los tiempos, pero el Madrid tuvo un borrón. La Copa del Rey que se jugaba en el Bernabéu tenía que ser para ellos pero, en el camino, se interpuso el Deportivo. Mauro Silva fue el mejor del partido. 

Licenciado en Humanidades. El que lleva todo esto a nivel de edición, etc. Le puedes echar las culpas de lo que quieras en miguel@enestadocritico.com. Es público y notorio que admite sobornos.
Miguel Carreira López
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