Un Buick se lanza colina abajo en mitad de la noche. El maletero va cargado de whisky procedente de una destilería ilegal al otro lado de la frontera del estado. En el asiento del copiloto una bolsa de arpillera esconde un treinta y ocho y una vieja Biblia. El conductor va sin afeitar, las arrugas de su cara le sitúan en una indeterminada frontera entre los treinta y cinco y los cincuenta años y la canción que tararea inevitablemente hace que nos caiga simpático. 

Tempest es la banda sonora perfecta para esta situación. Para esa América sacada de una película de los hermanos Coen que, a pesar de su histrionismo, podría ser perfectamente real. Bob Dylan casi se va de este mundo en 1997 debido a una dolencia cardíaca. Afortunadamente no fue así y, ese mismo año, lanzó al mercado lo que parecía una resurrección musical en toda regla: Time out of mind, con la pantanosa producción de Danniel Lanois. El disco fue saludado por crítica y público con rendido entusiasmo. Desde entonces casi cada nuevo disco es considerado «una-nueva-obra-maestra-del-genio-de-Minnesota». Tampoco sé muy bien qué quiere decir eso. Pero la cantinela se repite incesantemente. También con este Tempest

Reflexionemos: en algún momento Dylan se quedó sin garganta para cantar pero no sin genio para ser uno de los mejores escritores contemporáneos, además se hace acompañar por una banda de músicos de lo más solvente. El resultado, a partir de aquel Time out of mind, son discos musicalmente circunscritos al blues-rock donde Dylan, más que cantar, recita su particular mitología americana. Así fue en Love & theft (2001), en Modern times (2006) y en Together through life (2009). Discos todos ellos muy recomendables si atendemos a las precauciones antes establecidas: la voz de Dylan hace mucho que no es la de Blood on the tracks ni desde luego la de Nashville Skyline (de todos modos, ¿quién demonios es el tipo que canta en aquel disco?) y las canciones, a veces, sólo a veces, pueden parecer un poco monótonas (¿era necesaria esa enésima revisión de Muddy Waters en el «Early Roman kings» de este Tempest?). Con todo, no hay que olvidar que una de las composiciones más brillantes de su carrera (y eso es decir mucho) estaba precisamente en aquel Love & theft: «Mississippi». Se han concedido prestigiosos premios literarios por mucho menos. 

Tempest es un disco que se parece más a Modern times (que no recuerdo que en su momento fuese recibido tan calurosamente) y al mencionado Love & theft que al Willy DeVilliano Together through life. Es un disco muy sólido, como todo lo que lleva haciendo desde aquel resurgimiento de finales de los noventa. Y la producción, que corre a cargo del propio Dylan, me parece muy adecuada para transmitir lo que sospecho que quiere transmitir: una experiencia lo más directa posible de unos músicos haciendo lo que mejor saben, tocar sin trampa ni cartón. 

Independientemente de las canciones extremadamente largas que lo cierran, la verdadera fuerza del disco está en su parte intermedia: el trío que forman «Long and wasted years», «Pay in blood» y «Scarlet town» no está a la altura de cualquiera. Son documentos que emocionan, que Dylan interpreta con muchísima credibilidad y que dan muestra de su magisterio como escritor, como storyteller. Alguna de estas melancólicas piezas puede que ingrese en el panteón de los clásicos con todo merecimiento. Pero no hay que engañarse: esto no es un nuevo Highway 61 Revisited ni un Blonde on blonde. Supongo que nadie en su sano juicio espera eso a estas alturas, aquel Dylan no es este Dylan. 

El álbum que nos ocupa está fabulosamente musicado por lo que ya deberíamos empezar a considerar «su banda de siempre», las letras, además, siguen siendo importantísimas (más allá de la anécdota de los homenajes a John Lennon y la consabida tragedia del Titanic). De todos modos puede que, con la excepción de la magnífica terna mencionada y quizá alguna otra más, falten canciones, pues a menudo parecen poemas «con banda sonora» y no unidades orgánicas, como si una banda de música —hay que insistir: una muy buena banda— estuviese improvisando sobre lo que Dylan les ofrece. En definitiva, Tempest se parece más a una colección de relatos con un fondo instrumental que a un disco con melodías que acaben en nuestra memoria. Hechas estas consideraciones, hay que decir que estamos ante un muy buen disco, ante una obra para crear un ambiente, para saborear con calma y pensar, quizá, en qué ha ocurrido con nuestra capacidad para contar historias, para creérnoslas. Bob Dylan, de momento, lo sigue haciendo como nadie. 

(Si debido a la escucha de este disco alguien se siente con ganas de consumir más Dylan, mi consejo sería que se hiciese inmediatamente con un volumen titulado Tell tale signs que contiene versiones inéditas y tomas alternativas de material grabado entre 1989 y 2006. Eso sí que es bíblico.) 


Tempest

Bob Dylan
Columbia Records
2012

Se divierte en clase. Literatura, filosofía, r’n’r. Trata de tomárselo con deportividad.

Un niño, un libro, una moto.

https://youtu.be/nhbSYP8cyD8
David Sánchez Usanos
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