Mil hojas de sentido
La crítica literaria, por decirlo suavemente, no atraviesa sus mejores horas. Y buena culpa de ello la tienen quienes capitanean los grandes suplementos culturales ―ya lo de «grande» asociado a suplemento cultural provoca cierta sorna―, pues, junto a la aparente falta general de criterio, lo que sí resulta constatable ―y debería mover al escándalo― es que cada vez dedican menos espacio a la crítica propiamente dicha. Anuncios, parece que busquen anuncios de las últimas novedades en los que se informe a grandes rasgos del argumento en un tono que va de lo solemne a lo pretendidamente moderno, sin olvidar nunca aquello de «esto es un periódico y se ha de escribir para todos los públicos». Lo malo es que ya no parece un periódico sino el catálogo de la editorial de turno.
Una consecuencia lateral de esta dejación de funciones es que la mejor crítica literaria a menudo se encuentra en otros espacios. Y sí, estoy pensando en los blogs. Mencionemos tres de distinto alcance pero todos ellos muy recomendables: Lector Malherido, de Alberto Olmos; Patrulla de Salvación, a cargo de la misteriosa Sargento Margaret y Bulevares periféricos, de Marcos Ordoñez.
Todo esto viene a que el libro que nos ocupa, Milhojas de sentido, está construido justamente a partir de las entradas que el crítico literario ―que lo es y ejerce de tal, benditas excepciones― Javier Goñi fue publicando entre noviembre de 2009 y septiembre de 2013 en su blog «El pizarrín» dentro de Divertinajes.com.
Cuatro años de deliciosa actividad cultural que funcionan de maravilla en formato libro. El autor mantiene una fórmula rígida con la que abre todas sus intervenciones, «Déjenme que les diga…», pero esa pauta es únicamente la acequia por la que conduce el torrente de su discurso, no una traba que impida el disfrute. Porque Javier Goñi en estos comentarios a veces nos ofrece párrafos que ocupan casi la página y, lo asombroso, al menos para mí, es que la cosa no pierde velocidad ni ritmo: un uso inteligente de la enumeración, de cierto encabalgamiento y de la digresión en su justa medida son parte de su receta.
Ricardo Piglia al final de su fabuloso Formas breves suelta una de esas sentencias suyas, tan rotunda como verdadera: «la crítica es la forma moderna de la autobiografía». Y desde luego que este libro de Javier Goñi es una buena prueba de ello. Milhojas de sentido está compuesto de piezas de unas ocho páginas en las que, con la excusa de alguna novedad literaria ―o de un aniversario, o de una reedición: la crítica siempre ha de estar al tanto de lo que sucede, pero no ser esclava de la actualidad―, el autor va trazando una red de relaciones con otros libros, otros autores, otras vidas que a menudo son la suya propia. Con elegancia y pulcritud Javier Goñi nos habla de novias de adolescencia ―que casi siempre le dejan plantado―, de su querido Max Aub, de viajes a París y de la siniestra neoplasia, de la cábala de los años que terminan en dos y de las letras del amor y del miedo, que a veces se concretan en la misma inicial. Cada una de las inscripciones de este diario de a bordo es un cóctel de libros y experiencias de un tipo que tiene muchas cosas que contar pero que, como buen seductor ―este Javier Goñi, no sé si a su pesar, me parece todo un caballero― sugiere más que muestra.
Decíamos antes que la crítica, o la reflexión cultural, ha de estar situada en su momento, pero no ha de dejar que éste la encabestre. Y eso es algo que Milhojas de sentido maneja a la perfección. Así, Goñi aprovecha un día de junio de 2010, antes de aquel gol de Iniesta y cuando el Waka-Waka de Shakira ―otra que ha dimitido de la música― empezaba a maltratar nuestro sistema límbico, para recordar a Miguel Pardeza y su tesis sobre González Ruano, los Once cuentos de fútbol de Cela, el libro de Julián García Candau Épica y lírica del fútbol o recordarnos a personajes mucho más recónditos como Josefina Carabias o Wenceslao Fernández Flórez. El deporte en clave literaria tiene su eco en otra magnífica entrada, «El llanto de los boxeadores», en la que se dan cita aventureros, poetas y románticos de principios del XX, viejas ―ay― Ferias del Libro de los años noventa, Arthur Cravan e Ignacio Aldecoa. Y ahí me tienen a mí, después de tanto tiempo, con mi reputación, acercándome a regañadientes a la sección de poesía de las librerías en busca de las obras de Fernando Sanmartín. Culpa de Javier Goñi.
Me gustan especialmente las páginas que le dedica al discreto Carlos Pujol, «Las flores, una a una». Con la elogiosa imagen que transmite del escritor y traductor barcelonés podemos conjeturar cuáles son las virtudes que al propio Javier Goñi le gustaría poseer. Pues bien, en vista de estas Milhojas de sentido, podemos decir que la delicadeza, la dignidad y la contención sin duda las tiene. Porque incluso en las escasas ocasiones en las que critica algo o a alguien lo hace de un modo sutilísimo, como entrelíneas, con una levedad y gentileza que, paradójicamente, dota a esos dardos de una fuerza casi inapelable. Hay que saber verlos, no obstante.
Aunque no lo pretenda, este libro funciona como una peculiar guía de narrativa en español, a un tiempo distinguida y underground. Pero no es sólo eso. O, mejor dicho, su autor no se ciñe exclusivamente a su supuesta especialidad, la literatura contemporánea en castellano, sino que, con la misma gracia, nos suministra valiosas recomendaciones de narrativa angloamericana, como en la singular «Lancero a salvo», nos lleva al Imperio austrohúngaro y a la Rusia de las letras, caso de «Un samovar humeante», y reconocemos, en fin, a un tipo con un magnífico gusto cinematográfico que aparece aquí y allá. Como cinematográficos, y poéticos, son los recuerdos que hila a propósito del empresario italiano Raul Gardini («Gardini en Marina di Ravenna») y la aventura onírica, apócrifa, virtual, en la que Kafka, Juan Ramón Jiménez, el autor y una enigmática dama comparecen en «El expreso de Irún, de las 8,40».
Uno, como todos, es una marioneta apenas sujeta en el abismo por sutiles hilos que están hechos con las lecturas que le faltan y con las ignorancias que le adornan y toda esa fragilidad mantenida en pie por el Gran Lector, el arquitecto de ese Universo de Papel al que no sabemos ―ni queremos― renunciar
Este libro, ya lo hemos sugerido, acabará por hacer que el lector compre y lea otros muchos que quizá no le volverán menos ignorante pero sí más cauto. Manuel Vicent afirma que la protagonista de El azar de la mujer rubia tiene «una mirada acuática». No sé muy bien lo que quiere decir allí Vicent con eso (creo que él tampoco y que, en ocasiones, simplemente se deja conquistar por la eufonía de sus hallazgos), pero me apropio de la expresión para decir que, tras leer estas confesiones literarias, creo que a Javier Goñi le pega tener una mirada acuática. Y yo sí trataré de precisar el sentido de esa mirada en el caso que nos ocupa: consiste en una mezcla no sé si imposible de melancolía ―que suena como un murmullo de fondo al leer estas páginas―, de ese estoicismo que para María Zambrano era tan importante y tan español y de genuino amor a la vida.
Total, que estas piezas, consideradas una a una, puede que a primera vista no parezcan crítica literaria en sentido estricto, pero lo cierto es que junto a la (cautivadora) novela de los recuerdos de Javier Goñi, contienen un gusto, un criterio y un mapa de autores y libros que precisamente sólo puede proporcionar la mejor crítica. Creo que el autor prefiere el repertorio metafórico de la repostería o el del periodismo para describir su libro, a mí, en cambio, me gustaría subrayar su carácter musical, así que terminaré diciendo que Milhojas de sentido, a pesar de su inopinada génesis, me parece una rapsodia muy entonada y, ya puestos, muy necesaria.
Mil hojas de sentido
- Javier Goñi
- Editorial La isla de Siltolá
- 2014
- 320 pp
- ISBN: 978-84-15593-79-9
Enlace a Mil hojas de sentido en la página de la editorial
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