Cuento de arena

por David Urgull

Hay libros que entran por la vista, eso lo saben muy bien los cerebritos del marketing editorial. De una buena portada puede depender el mayor éxito en ventas de tal o cual título. Los lectores no nos diferenciamos del resto de consumidores, es decir: somos compulsivos y compramos con una espontaneidad inducida. Esta máxima mercantil “pon una buena portada” es más necesaria y evidente en los libros de cómics, tratándose como se trata de una literatura fundamentada en lo estético, en lo visual. Los lectores de cómics no podemos evitar fijar la mirada en las portadas, es un acto reflejo e incontrolable, es como entrar en un local de streeptease e intentar no mirar a la chica que baila aferrada a una barra metálica. No, no somos de piedra.

Hay libros que entran por la vista y los hay que entran por el contenido. Los buenos libros son los que aúnan ambos factores, pero, incluso, los hay que entran por el tacto, o por el olfato con ese aroma Chanel Nº 5 que a veces desprende la tinta. Lo realmente asombroso  es encontrar un libro que reúna todas las capacidades sensitivas y  cuando esto sucede podemos afirmar que tenemos entre nuestras manos una verdadera joya. Esto es lo que sucede con Cuento de Arena, que te entra por la vista, por el tacto, por el olfato y hasta por el gusto (sí, le he dado un mordisco). Lo dicho, una joya.

Cuento de Arena, además de por lo sensitivo, sorprende por otras muchas cosas. Para empezar porque parte de un guión de Jim Henson. Sí, el mismo Jim Henson culpable de dos series televisivas que han marcado a más de una generación: the Muppets y Fraggle Rock. Este señor, capaz de dar vida a personajes tan inolvidables como Kermet the Frog (aquí la Rana Gustavo) o Miss Piggy, partiendo de unas toallas viejas, unas pelotas de tenis y un poco de velcro, también hizo sus pinitos en el cine. A su imaginación desbordante y lúdica se deben dos títulos cinematográficos indispensables: Cristal Oscuro y Dentro del laberinto. Sin embargo, antes de dedicarse al mundo infantil y ser un maestro titiritero, Jim Henson tuvo sus derroteros por el cruel mundo publicitario (en esas agencias tan bien reflejadas en Mad Men) y por el cine experimental. Luego llegaron los teleñecos y la colaboración con su inseparable guionista Jerry Juhl. De esta unión, como si de Epi y Blas (Bert & Erni para los guiris) se tratase, surge el guión de Cuento de Arena.

La historia quedó olvidada en un cajón, como sucede tantas y tantas veces, hasta que un buen día la hija de Henson, Lisa (que se sepa nada tiene que ver con los Simpson), haciendo limpieza en las oficinas de su padre encontró el manuscrito original. Lo leyó y lo releyó y no entendió nada de las ideas paranoicas de su progenitor, la historia es verdaderamente incomprensible, así que debió de pensar que de esas hojas polvorientas no se podía sacar una película y a punto estuvo de pasarlo por la trituradora y convertir Cuento de Arena en simples tiras de confeti. Sin embargo, alguien debió  de susurrarle al oído que es guión se podía convertir en una estupenda novela gráfica (cómic para los guiris) y la inquieta Lisa Henson se puso en contacto con Ramón K. Pérez, un dibujante canadiense que dio forma y color al manuscrito de ese tipo capaz de inventarse a un monstruito tan encantador como el Gran Gonzo.

Cuento de Arena sorprende porque es una historia sin historia, es un sueño, un delirio, un viaje por el subconsciente, una aventura surrealista. De la mano de Mac, el protagonista, nos sumergimos en una travesía por el polvoriento y desértico Südwest norteamericano. Sin saber muy bien por qué el sorprendido Mac se ve inmerso en una persecución en la que se juntan soldados confederados con tanques de la segunda guerra mundial, tuaregs, un león saliendo de un cadillac, un tiburón al más puro estilo Spielberg entre las dunas o un camión cargado de nitroglicerina que termina por explosionar como  si se tratara de aquella bomba que lanzaron sobre Hiroshima.

Juegos de espejos, juegos de identidad, un mundo onírico imponiendo su realidad, viajes cíclicos sin rumbo rodeado todo esto por una atmosfera absolutamente psicodélica a la que solo falta añadir a la Jefferson Airplane como banda sonora. Ramón K. Pérez ha sabido inducir esa ambientación tan beat con un trazo absolutamente realista, a veces fotográfico,  usando la calidez de los tonos rosas, naranjas o amarillos, tan desérticos ellos, y respetando totalmente el guión de Henson. Tanto se ha ceñido al guión que el lector puede pasar páginas y páginas del libro sin encontrar un solo diálogo, incluso se han dejado en blanco los bocadillos donde Henson tachó alguna frase de la que posteriormente se arrepintió. Fidelidad absoluta al guión escrito y sin perder nada de su originalidad como dibujante.

Cuento de Arena es una joya y por eso le han dado (aunque daría lo mismo si no lo hubieran hecho) el premio Eisner 2012, galardón más que merecido. En España lo publica Norma, en una edición que podría calificarse de lujosa, añadiendo como apéndice el guión original de Henson, para que comprobemos y admiremos todavía más el trabajo que ha realizado Ramón Pérez ciñéndose a ese Südwest surrealista del padre de los Muppets. Lo repito, una joya.

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