Constatación brutal del presente

Constatación brutal del presente es un tumor. Al principio había un escritor y un embrión de historia, pero algo sucedió. Después de haberlo leído me gusta pensar que escribir suele consistir en empollar los embriones para que no se pudran ni se deformen; en vigilar y podar cada brote monstruoso tan pronto como aparezca hasta conseguir que la pequeña historia se desarrolle y esté lista para apañárselas sola ahí fuera. Por suerte Avilés abraza el tumor y lo dejar crecer y cuando alcanza el tamaño de un calamar gigante se zambulle en su interior con un cuchillo entre los dientes para llegar hasta el corazón y poder contar después cómo es por dentro. El resultado es la descripción de ese paisaje orgánico interior en forma de pesadilla, algo parecido a mirar desde dentro del ojo de una mosca.

La manera de Avilés, la única manera de meterse dentro del ojo de la mosca, es adoptar la posición del loto y dejarse contaminar desde dentro para que cuando los tentáculos cancerígenos te lleguen al cerebro hablen por tu boca y escriban por tus manos. Poco más o menos como hacen esas médiums que se dejan poseer por el difunto para contarle a la viuda dónde está escondida la cartilla de ahorros, pero siendo uno mismo fantasma, médium, viuda y cartilla.

Al principio hay un hombre con un arma. Está cubierto de barro y polvo y repta entre cables por una tubería o algo así. ¿Forma parte esto de la historia? ¿La historia nace de esta imagen? Alguien, tal vez el autor, o el narrador, o el protagonista de la historia, despierta, o más bien resucita y quiere, no contar, sino describir, arrastrar al lector a ese mismo lugar no físico, a ese estado, porque es más bien un estado que aglutina mente y cuerpo y contexto, y se estrella contra ese estado como la polilla contra la bombilla hasta que encuentra la manera de penetrar y comunicarse con el exterior.

Y después uno sigue leyendo y, como pasa con los tumores, donde uno debería encontrarse un miembro bien colocado o un órgano normal, un capítulo en este caso, pues se trata de un libro al fin y al cabo, uno se encuentra con un cogollo donde se apiñan pelo, dientes, víscera atrofiada y carne protuberante. Voy a darle la vuelta a la metáfora como si fuese la cabeza de un pulpo que se me ha enganchado en el brazo y quisiera yo librarme de él, o sea, para que usted me entienda: uno sigue leyendo y en lugar de con otro capítulo se encuentra con historia, narradores, personaje, Making of, delirio, declaración de intenciones, referencias, notas y borradores.

Al final hay una cúpula y una explosión, y un Koala que arrastra del pelo el cadáver de una mujer, y un tío enfermo y un paisaje en ruinas. Parece que hay que sobrevivir a la noche y al koala y al sexo y la violencia en la ventana de enfrente y para despertar de la pesadilla hay que llegar hasta la cúpula y encontrar la manera de meterse dentro. No hay orden ni hay proporción ni un piso sólido, pero hay belleza. También hay línea directa con la intuición, que es la parte orgánica del pensamiento, la que se entiende con el contexto y toma decisiones en nuestro lugar sin darnos explicaciones.

Como puede usted comprobar no me he enterado de nada. Intenté zambullirme en el tumor con un buche de aire, pero me quedé sin respiración antes de desentrañar el misterio y tuve que volver a la superficie. Será mejor que lo vuelva a leer. Vuelvo enseguida.

Creo que ya. Entre estos flashes relacionados con el señor narrador que tiene un arma y la cúpula y el koala y la explosión, que denominaremos tejido orgánico hay otro plano de realidad un universo paralelo que convive con el tejido orgánico sin que pueda verse el uno desde el otro. La materia que compone el tejido orgánico parece continua pero es discreta, y en el espacio que separa cada una de sus partículas se aloja la materia que compone el otro tejido, el tejido llamémoslo espiritual. El tejido espiritual está descrito desde el futuro, y el narrador aquí ya no tiene el arma, sino que tiene un teclado o igual un boli y trata de componer el galimatías que tiene en la cabeza. Está empeñado en contar o en describir, está empeñado en contarnos su lucha, pero los tejidos, orgánico y espiritual, se contaminan y es complicado mantener las cosas en su sitio. Ya se sabe que las partículas parecían concretas y disciplinadas y al final resultó que no, que son cuánticas y difusas y podría ser que estén en varios sitios a la vez, como aquella monja de Ágreda que tenía el don de la bilocación y también estaba compuesta de tejidos orgánico y espiritual.

Hay un tejido más, donde habita un falso documental tal vez falso, Sigma Fake, realizado por un seudónimo, Allen Smithy, tras el que no se esconde nadie tal vez. En esta película se cuenta la historia de un acto acrobático/artístico/terrorista sobre un edificio que nunca existió. Este tejido, el metafórico, se relaciona con los demás a lo largo de toda la cosa.

No tengo muy claro si la lucha del autor/narrador/personaje acaba al llegar a la cúpula o al dar con la historia o al despertar de ese estado comatoso o amnésico o al conseguir que el lector experimente ese despertar sin necesidad de someterlo primero al estado comatoso o amnésico. Quiero decir, que no sé si el personaje/narrador/autor han estado realmente alguna vez en estado comatoso o amnésico y después han despertado y ahora quieren transmitirme su experiencia o realmente el estado comatoso y el despertar son de nuevo metáforas a las que hay que dar la vuelta como calcetines.

Lo que sí tengo ahora más claro es que se supone que tenía que haber una historia, pero que en lugar de historia hay semilla, making of, metahistoria, herramientas, referencias, paréntesis, crónica, notas y no se sabe si narradores o personajes, y resulta que al final de todo si uno quiere la historia tiene que resolver el puzle solito, lo cual es mucho más entretenido y satisfactorio, aunque también es más difícil. Al fin y al cabo, ¿para qué quiere usted la historia? Será por historias…

En realidad no se encuentra uno solo ante Constatación brutal del presente. El propio artefacto incorpora todas las herramientas necesarias para su montaje, como esos muebles de nombres guturales que se repiten en todas nuestras casas. Es lo bueno del meta- y del autocontenimiento. Es también como si usted se compra un rompecabezas pero resulta que las instrucciones vienen en un puzzle y para poder leerlas hay que resolverlo primero. Aunque tampoco es necesario, porque el rompecabezas es bonito así en bruto; quién sabe si más bonito que una vez resuelto.

El kit de montaje, o el tumor, tiene la deferencia y la honestidad incluir, no sólo sus referencias, sino también reflexiones sobre las mismas. Tejido referencial. Esto quiere decir que el autor o el narrador o el personaje o el paciente nos habla de las radiaciones que lo iluminaron y le produjeron el tumor, presuntamente. La Odisea, El corazón de las tinieblas, Carretera Perdida, La Chaqueta Metálica, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, algo de Shakespeare… Narraciones que mutan para engullir al autor, que se dan la vuelta para mirarse desde dentro. Las cosas que el tejido orgánico quería ser de mayor y que tratando de imitar acabó en aberración.

El juego es: trate usted de adivinar qué ser engendró este tumor, y mirando aquí una uña, allá una escama, acullá un quiste y catando los humores de la metástasis y olisqueando el veneno tiene uno que adivinar cuál es el origen de todo.

Pensará usted tal vez que no le apetece mirar una aberración orgánica tumorosa en estructura caleidoscópica, que estas cosas no son agradables, pero si es así está usted equivocado. Lo retorcido, lo mutante, lo atrofiado, lo impertinente, el esperpento, el sebo, la miasma… todo eso es bello. Es bello en un sentido plástico y revela la esencia del ser que le da la vida, lo cual es bello también en un sentido cósmico y hasta diría místico. Y doy fe de cuán bella es la materia que construye esta aberración, un estilo a veces caprichoso, como corresponde a una buena materia cancerosa, que discurre y se ramifica en forma de tentáculos que a veces se dejan morir porque ya no hacen falta o han sido eclipsados por un tentáculo más robusto. Cuanto he dicho sobre los tejidos es válido también para el estilo.

Al final no tengo ni puta idea de lo que cuenta el libro, pero sí sé de qué trata. Trata sobre escribir. Trata sobre ponerse a escribir y desdoblarse, de manera que mientras uno escribe el otro uno mira al que escribe desde arriba y escribe sobre lo que ve. O sea, que trata sobre escribir sobre escribir; en lugar de publicar lo que escribe el que escribe, se publica lo que escribe el que miraba al que escribe.

Al final Avilés se desdesdobla y se amputa el tumor de raíz, lo aplasta entre dos tapas que dicen Constatación Brutal del Presente y lo envía a Libros del Silencio, que en paz descanse, por si alguien quiere echar un ojo y jugar a adivinar.


Constatación brutal del presente

  • Javier Avilés
  • Editorial Libros del Silencio
  • 2011
  • 176 pp
  • ISBN:  978-84-937856-6-6

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