Planificamos la vida como si pensáramos que la realidad se amoldará a nuestra voluntad, pero quizá sólo seamos pasajeros del curso de los acontecimientos, destino o aleatoriedad. En algún momento, quizá necesitamos romper con una dinámica de vida, que más bien nos parece rutina mecánica, en la que sentimos que vivimos con figuras y acciones sustitutivas. Y sentimos la necesidad de renovar nuestro escenario de vida, dar un volantazo a la inercia en la que parece sumida nuestra existencia, que puede no estar carente de comodidad, y saltar al vacío en la apuesta por una nueva dinámica de vida con la que sintamos que es nuestra voluntad y disposición la que construye desde la nada. Pero la ruptura con la cómoda familiaridad, por mecánica que nos parezca, puede estar expuesta a unos imprevistos que se pueden definir por la contrariedad.

Duermes en vida, despiertas, o intentas despertar transformando tu escenario vital, y quizá ese despertar sufre la contrariedad que se asemeja a una condena, un vacío. En ‘Pasajeros’ (Passengers,2016), de Morten Tyldum, Jim (Chris Pratt) viaja en estado de hibernación, acompañado de otros 5000 pasajeros, rumbo a un planeta distante, tanto que el recorrido durará 120 años. Pero por una imprevista avería, un fallo que no se concebía siquiera posible, despierta cuando tan sólo han transcurrido treinta años. Se enfrenta a la perspectiva de noventa años de soledad. Y a la dilatación del tedio porque las posibilidades recreativas además de limitadas pronto se angostan en la recurrencia.

Cual náufrago en una isla que es una nave espacial en el espacio desespera. Su única compañía, el robot camarero (Michael Sheen), es el reflejo de aquel de quien ha huido en sí mismo, su dedicación pretérita de mecánico en una vida configurada como serie de sustituciones. Soñaba con convertirse en una figura que transcienda esa vivencia a ras de suelo, pero el nombre del robot, Arthur le devuelve un reflejo de caustica sonrisa congelada, como la de la indiferencia de la aleatoriedad. La nave se asemeja a una flecha o a un volante, pero no parece que la duración se defina por la dirección ya que amenaza la circularidad del vacío. La nave se llama Avalón, como la isla mítica en la que las leyendas dicen que reposa el cadáver del rey Arturo. Jim no reposa sino que despierta y se enfrenta al vacío, es rey de la nada, en la que parece destinado a surcar en la repetición hasta su muerte. Como rey de su isla en forma de nave estelar dirime si, para aliviar su irreparable circunstancia, influye en el destino de otra vida.

Dirime si despierta o no a una mujer, con nombre de bella durmiente, Aurora (Jennifer Lawrence). Dirime si determina la vida de otra persona en función de su circunstancia. Es un trance en el que nos encontramos en el curso de la vida, cuando queremos que la realidad se acomode a nuestras necesidades, y eso puede implicar que exijamos que la voluntad de los otros se subordinen a la nuestra. Puede ser que esa apuesta propicie una conjugación de voluntades que comparten la reciprocidad amorosa. Quizás los acontecimientos los vivas como si surcaras una constelación de fuego de nombre Arturo. Te sientes un rey, y tu circunstancia resplandece.

Puede, en cambio, que seáis dos personas que colisionen, con lo cual puedes propiciar otro tipo de condena en un viaje que durará toda tu vida. Puede que a la otra persona, si se da el primer caso, no le importe demasiado que hayas decidido en su lugar, marcando inexorablemente su destino, o puede que le parezca una acción semejante a un crimen. Eso puede suscitar otro grave cortocircuito. Disfunciones del sistema. Alteración del centro de gravedad. Y su arreglo supondría el mayor desafío. Implica solucionar una avería que afecta a todo tu sistema, la definición del propio escenario que puede no ser el que soñabas, o es una derivación imprevista que puede convertirse tanto en sueño realizado como en pesadilla siniestra. El curso de la vida pasa por lograr superar las contrariedades, y ajustar las circunstancias sobre la conjugación de la voluntad propia con las ajenas. A veces, se realizan las decisiones desesperadas que se sabe que no son las más justas, y los resplandores pueden convertirse en llamas, pero quién sabe cuál será el curso de los acontecimientos si sabes rectificar con otros gestos que hagan sentir que el escenario no sólo se define en función de uno mismo. En esa ecuación funambulista entre pasajero y rey son necesarios los sacrificios para que el viaje no sea solitario.

por Alexander Zárate

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